Primero pensó que llevaba una puerta abierta o tal vez una rueda baja. Echó un vistazo a los avisadores del salpicadero. Nada. Soltó un instante el volante para comprobar la dirección. Nada. Pero las luces del camión continuaban parpadeando en el retrovisor. Miró entonces para el bajo de la puerta a su izquierda, tal vez el vuelo del vestido atrapado con las prisas se arrastraba ahora en jirones por la carretera. La falda se acurrucaba bajo sus piernas disciplinada y seria. El camión se alejaba poco a poco reduciéndose a un punto intermitentemente y luminoso en el espejo. No sé qué peculiar tendencia para lo imprevisible y difícil se empeña en guiar sus actitudes en la vida, el caso es que pulsó las luces de avería como respuesta cómplice a lo que, sin lugar a dudas, era un cumplido. El camión respondió de inmediato con un nuevo guiño.
-Sonreí - me dijo un poco coqueta- y continué mi camino.
Esta mañana ha vuelto a suceder. A la misma altura. Adelantó un camión en la autovía y algo en la maniobra se le hizo familiar. Comprobó su correcta situación en el adelantamiento, se situó con amplio margen ante el vehículo adelantado y de pronto las luces, el guiño.
-Otra vez!- con cierta inquietud.
Lo más curioso es que ella dice que el matiz de las luces ha cambiado. Que se ha establecido cierta familiaridad, que se reconocen. Que de alguna forma las luces se convertirán en un lenguaje y que la expresión del morro del camión volquete y la inflexión del tono de sus luces cambia con el día, con la lluvia o el sol.
Los camiones, vistos desde un retrovisor, parecen ogros al acecho.
ResponderExcluirY no te quiero contar cuando los "sientes" tras la bicicleta...
Me ha recordado tu relato a "Encuentros en la tercera fase" Eso de las luces que cambian...
Sí, todo cambia con la lluvia. incluso, las luces de ese camión.
Beijinhos
Qué bien escribes! Puedo sentirlo.
ResponderExcluirBesos
Sobre la bici son el mimísimo diablo!
ResponderExcluirAmalia, me alegra mucho que te guste. Sí.