sábado, 26 de dezembro de 2009

24 de Diciembre

Estaba previsto salir antes de las dos de la tarde del trabajo, pero las cosas se complicaron y salimos pasadas las cuatro y media. Habíamos pensado en hacer las últimas compras y paquetes después de comer, antes de ir a la casa de los abuelos. Pero en la puerta, cansados, descubrimos una rueda pinchada. Improvisamos, salimos del paso olvidándonos de algunas cosillas, pero no discutimos y llegamos tarde a todas partes, pero siempre a tiempo.
De camino, en medio de la música y la oscuridad del coche, me llamó ella. Ya podía hablar correctamente y se sentía ir saliendo. Superaba la radioterapia y sentía como la vida volvía a entibiar sus venas.
Llegamos. En la casa de los abuelos estábamos, otra vez, todos. Todos diferentes, pero todos. Cuando él entró por la puerta no pude evitar el recuerdo de tantas palabras derramadas como ungüentos en los oídos de la abuela, palabras para mantener la esperanza despierta: -No volverá a ser nunca igual- Lloraba entonces, pero ha sido. Cuando los lazos son tan fuertes, no es posible soltarse, aunque arrecien la rabia y las distancias. El amor siempre es más fuerte.
Recuerdo de esta noche, Nochebuena, los ojos y los brincos de los niños, las miradas como ríos de la abuela, la risa suelta y franca que él lució toda la noche y una caricia que se dejó al pasar en mi mejilla, tan tenue, tan precisa, como ese clic certero que te desvalija el alma.

3 comentários:

  1. Pero al menos lo cuentas, Pau.

    Es difícil, sin duda, pero lo narras como una brisa marinera.

    Que sigan quedando esa risas en tu recuerdo.

    Beijinhos

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  2. Dios mío, cómo escribes, niña. Tienes que dedicarte a esto. Me ha quedado el aliento prendido de este relato.
    Beijinhos

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  3. Gracias, es lo que pasó, entre tantas cosas, esa noche. Ya os dije que iba a disfrutar. :-)

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