Otilia tiene la voz llena de arenas, rasposa y turbia, como de bruja. Cuando sale de casa hacia la tienda, la rodean tres gatas silenciosas como un séquito. Anda siempre encogida por el frío, casi nunca sonríe, y si lo hace, es con un gesto fugaz que se desvanece. Una vez sonrió de verdad, de madrugada, se sentía enferma y pidió ayuda. La llevamos al hospital y le dejé mi abrigo. Ella sonrió satisfecha dentro de aquella ropa a pesar del dolor. No me perdí sus ojos, así que después le dije que se quedara con él si le gustaba, pero nunca más ha vuelto a ponerlo. Se diría que no se siente a sí misma envuelta en la helada y en el aire que baja por la calle vacía.
Otilia tiene la voz llena de arenas y turbia. Es de sufrir. Su marido escupía con una tos sucia desde la ventana del dormitorio. Escupía casi todo el día asomando apenas la cabeza y torturaba nuestras mañanas de domingo. Una vez ella llamó a la puerta y rascándonos con su voz, sin matices, nos pidió ayuda. El hombre se había caído de la cama y ella sola no podía levantarlo. No sabíamos nada. En el suelo de la habitación yacía el hombre medio desnudo y sucio, con la mirada de un animal acosado por la muerte. Un cáncer en la lengua acababa con su vida, los excrementos se secaban en la cama y los orines encharcaban el suelo. Otilia estuvo quieta. Se quedó en la puerta sin vergüenza ni pudor, dejándose ayudar. Lo levantamos, limpiamos. Y nunca más nos quejamos de la tos sucia los domingos. Después supimos que el médico racaneaba la morfina. X. construyó un soporte para la cama y Otilia nos sonríe fugazmente, sin voluntad, cuando pasamos por delante de su casa. El marido de Otilia murió hace unos años. No se vistió de negro y no la vimos llorar. Tal vez porque ha descubierto que si es preciso sufrir, es mejor hacerlo sin matices, sin sombras, asumiendo el dolor y la necesidad como llegan, sin alardes. Vivir en línea recta, por la distancia más corta.
Ahora su hijo ha vuelto de la cárcel, tiene la misma voz de su madre y a veces grita. Barre la casa los domingos y sacude con malas maneras a los gatos de la ventana. Pero Otilia, sigue llamando a la puerta cuando necesita ayuda. La pide con esa voz turbia, como de bruja. Con pocas palabras y con ese descaro llano de quien sabe que, antes o después, escampará un rato.
Con esta entrada de ano noto que tes que poñerte a escribir contos. Tes os dedos moi ben afinados, Paula.
ResponderExcluirBeijos
Obrigadíssima por passares por aqui! nao sei se tenho os dedos afinados, mas tenho um nervo... uma vontade, um nao sei que... beijinhos
ResponderExcluirSempre paso por aquí, ainda que son preguizosa ás veces para comentar. Bueno, era. Este ano vou sacudirme a preguiza de moitas cousas. A ver se me sae...
ResponderExcluirAperta.
Qué bien escribes! Venga con esos cuentos! To tengo un montón de buenos propósitos. Uno es dormir más, poner orden, así que buenas noches.
ResponderExcluirBeijinhos