Dejó el coche al comienzo del camino y se adentró entre los viñedos. Los sarmientos doloridos, sin podar a mediados de marzo, parecían continuar los dedos, ahora quietos y fríos, de su padre. Caía una lluvia dulce y protectora. Calma. Entre los pies de la vid se enredaban las zarzas voraces. Al fondo de la finca un castaño brotaba contra el cielo con un verde insolente en la tarde gris. Pasó junto a un frutal que no reconocía, diminutas las flores rosas se deshacían en el agua.
Qué será de esta tierra ahora, pensó. Y se apiadó del abandono al que la muerte de él la condenaba. Un mirlo cantó como si rezara y el camino se hizo largo y oscuro terminando el día. Acarició los tallos de la vid como si todavía recordara sus manos. Y regresó sin apenas manchar los zapatos.
Pero la tierra, detrás de sus pasos, estremeció las raíces y sintió lástima.
Fermoso!
ResponderExcluirObrigada, linda!
ResponderExcluirMuerte, no. Espera.
ResponderExcluirNada es tan definitivo.
Beijinhos
En la tierra no.. que ella sigue, pero las manos.. esas se mueren si no las heredamos...
ResponderExcluirBeijinhos.