Entró en la consulta apoyada en el brazo de una enfermera. Tendría unos ochenta años y cojeaba ostensiblemente. Intentaba mantener una sonrisa que a duras penas disfrazaba la mueca de dolor. El médico se levantó y la acompañó hasta la camilla. El problema estaba en el tobillo. Ya lo había consultado y le habían recomendado un par de días de reposo, pero iba a peor, por eso estaba allí.
-Pues habrá que verlo, entonces- dijo serenamente el profesional de urgencias. El tobillo estaba dolorosamente inflamado y amoratado. Habría que vendarlo y dejarlo reposar más tiempo. Y todavía con aquel pie frágil entre sus dedos, el doctor miró a los ojos de la anciana que ya no sonreía. Entonces se fijó en ella. Tenía los ojos claros y los rasgos finos. Recogía el pelo blanco en un moño elegante a la altura de la nuca. Había sido bella y conservaba en la mirada esa seguridad que otorga la belleza y que tarda en empañarse mucho más que la piel. Que perdura. Pero ya no sonreía. Sus labios se fruncieron suavemente y temblaron como una hierba. Comenzó a llorar. Entonces el médico, que algo también sabía de los remedios del alma, se sentó junto a ella. Sin mirar el reloj una sola vez, le tomó las manos y se negó a iniciar un vendaje hasta saber la razón por la que lloraba, en un trueque infantil. Ella comenzó a contar y él comenzó a vendar. Salió la angustia de saber a los hijos, ya adultos, pero infelices. De saber el tiempo escaso para ayudar. De no poder morir en paz. Salieron más lágrimas y por cada dolor salió también una sonrisa y un puñado de palabras como ungüentos para el alma. Después todo seguía igual, nada había cambiado en realidad, pero el pie estaba sujeto y la angustia drenada, como un veneno.
Hubo un instante de silencio en que la mujer osciló como si fuese una niña y de pronto, abriendo mucho los brazos, abrazó al doctor y le dio un gran beso. Y arrepintiéndose ya en el aire, le dijo:
-Ay doctor, si su mujer le pregunta, dígale usted que tengo casi ochenta años!-
Y el doctor, cómplice de su osadía, le dijo que no. Que aquel era su secreto.
¿Existe esa realidad? ¿O la haces hermosa tú? La vida se hace fácil tras tus gafas. Un beso.
ResponderExcluirAfortunadamente existe! Ya lo creo que existe... Y no soy yo quien la hace posible. Solo la cuento...
ResponderExcluirNo existe en realidad, es la que Tú construyes para que Tú escribas cuentos y así pueda yo dormir por las noches soñando cómo podrían y ser las cosas...
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