Siguió corriendo a pesar de que incluso las paredes rebotaban su nombre y lo repetían. Después escuchó solo sus pasos, la suela de los zapatos nuevos contra las baldosas de la estación vacía y a media luz. Y más tarde, ya en la seguridad y penumbra de los lavabos, solo su respiración agitada y el bombeo del corazón agolpando la sangre en la cabeza, junto a los tímpanos. Mantuvo su cuerpo apoyado contra la puerta para impedir el paso hasta de los recuerdos, de su propio nombre atravesando los pasillos para alcanzarla.
Esperó. Se fue calmando. El grifo goteaba marcando los segundos pero no sintió miedo, solo era agua. La evocación del agua despertó la sed. Lentamente se separó de la puerta y sin abandonar el instinto de alerta, abrió el grifo. Primero empapó las manos. Hizo un cuenco con las palmas para beber. Beber. El agua corría entre sus dedos y caía de su boca refrescando el cuello y el pecho. Después se humedeció la nuca.
En el espejo aquella mujer sin pasado, mojada y sudorosa, le sonreía.
-Tú sabes quién soy- y lo dijo en voz alta.
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