Ella le trae su medicina en un vaso de agua y ese acento pausado del sur que endulza hasta el futuro.
-Quiero menos agua.
Los polvos, poco mágicos, ya se han disuelto y el hijo, menos dulce, insiste en que se beba todo el contenido.
-Quiero menos agua.- Atrincherado en una autoridad carcomida, desgastada.
-Pero papá... qué más te da... bébelo despacito.
-Quiero menos agua- retorna -aunque solo sea un milímetro menos... por aquí...
Y su dedo tembloroso guía nuestras miradas impacientes a la transparencia turbia del vaso que sostiene la mujer junto con su calma.
Callamos. Entre el silencio, ella se lleva el vaso y apenas lo vacía. Callamos. Vuelve y él, sin decir nada, bebe la medicina.
-Pero papá... que estas cosas las haga un niño de tres años... pero tú... con noventa años...
Y entonces, con ese sarcasmo que hace brillar sus ojos, tan cansados; con el regusto de la victoria y el capricho nos dice: -Siempre tenemos tres años, en realidad.. siempre tres años...
Y ella, sonriendo, se lleva el vaso.
Son importantes esas pequenas victorias parece
ResponderExcluirjajaja, realmente os busca los límites. Te advierto que sólo queda el sentido del humor.
ResponderExcluirBjs
Neniña no se de donde sacas tanta paciencia...Yo estaría al borde de la camisa de fuerza. ja ja ja...
ResponderExcluira saber lo tercos que podremos ser nosotros de mayores...
mi padre siempre nos decía que de mayor nunca hablaría de enfermedades y que no quería ser como su propio padre, hablando siempre de dolencias... y ahora ¿quién le recuerda ese comentario que hizo hace años, cuando de lo único que habla es de su propio deterioro y sus limitaciones?...
me da mucha pena.....humm maldita vejez de los melones....
Bueno parrula, hacía tiempo que no paseaba por el remanso, no me acordaba de lo bonito que es.
bss
Nosotros tambiën tendremos nuestras cosillas, imagino. Aunque va a ser difícil superar estos caprichos!
ResponderExcluirGracias por estar aquí, linda. Muchas gracias. Y por animarme tanto y saber escuchar ;)