“Callaos niños, que viene papá”.
Y otra tarde la llave en la cerradura lo llenó todo de silencio, hasta la cocina.
La frase quedó rodando por el pasillo. Rebotó contra la risa de la más pequeña y la rompió. Hizo mayor de repente al que estaba a punto de serlo y después se perdió debajo de la cama toda la noche, dando una luz mortecina y triste al cuarto sucio de insomnio.
Repitió la frase durante siete años hasta que una tarde se escuchó a sí misma. Encontró su propia mirada en un espejo vacío y entonces no lo esperaron más.
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