A veces sucede. Un buen día mudamos la piel y nos hacemos adultos. Entonces se hace imposible ser reconocidos. El tiempo discurre y como Carlos Borra perdemos no solamente al niño que fuimos, si no al hombre o la mujer que nos pronosticaba el futuro. Ellos nos miran sin saber cómo hablarnos y nosotros escuchamos con una sonrisa que se apoya en la ternura. Sabiendo que nos observan desde muy lejos aunque nos quieran muy cerca. A Carlos Borra dejé de verlo hace unos años pero siempre lo recuerdo cuando intento seguir los pasos, debería decir las mutaciones, de mis hijos. No querría perderme el instante en que muden su piel y un extraño muy querido ocupe mis abrazos. No querría dejar de admirarlos.
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