Malamente distingo alguna rama en el suelo. Escucho apenas mi respiración y mis pasos agrietando el silencio endurecido por el frío. Me duelen los dedos de las manos y aún así me gusta saberme sola en el paisaje oscuro. Todavía no amanece. Los pájaros callan. Solo el frío y la noche entre las estrellas. Un cielo enorme que no conforta pero es hermoso. Apenas existo. Junto al río se ve una luz mínima y ágil. Dudo pero continúo. No puede haber nadie más a esas horas en el camino. Otra luz. Continúo. Llegando al puente ya veo un resplandor tenue y un murmullo: el maletero de un coche entre los árboles. Unas voces de hombres y mi respiración ahora inquieta. De pronto, junto a mí, la lucecilla ágil saliendo de la sombra. Solo un cigarro y unos buenos días entre los dientes. Del maletero sacan las motosierras. Una hora dura para empezar la jornada. Leñadores.
Cuando lo cuento, ya lo sé, las motosierras no tranquilizan. No.
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