En aquella soledad, limpia, perfumada y tibia, aprendió a esperar. Hacer pan tenía su liturgia. Sus gestos, sus tiempos, su magia o su química o alquimia. El tiempo amasa. No es preciso cansarse dando vueltas a la masa. Basta con dejarla reposar y el tiempo la suaviza, la mezcla, la trabaja. Es como los miedos, los rencores, las heridas. Mejor dejarlos un rato, antes de volver a ellos. Antes de volverlos a mirar.
Luego solo unas caricias. Esa sensación de suavizar la forma entre las manos. Y otra vez las horas que desgranan el perfume y crean la miga.
La casa olía a pan. Y un orgullo muy antiguo y muy sencillo crecía despacito en el modo de latir su corazón.
quarta-feira, 29 de janeiro de 2014
terça-feira, 14 de janeiro de 2014
Pan 1
Cerró la puerta de la cocina y se quedó a solas. Dijo que no quería corrientes de aire que alteraran la masa. En realidad quería la reconfortante tibieza de la soledad antes de comenzar aquella experiencia sencilla y elemental, antigua y primitiva, a la que ella y sus miedos revestían de trascendencia. No sabía si el pan querría crecer de sus manos.
Midió las cantidades de harina y agua con el respeto de la aprendiza. No dudaba, pero se temía a sí misma en la disciplina del tiempo. La impaciencia. Tal vez todavía no era posible. Se recordaba en la tortura de esperar por las fotografías cuando existía la magia lenta del revelado. Adoraba la inmediatez, la instantaneidad, la teletransportación de star trek frente a la fuerza y la voluntad de los jedais.
Y allí estaba ahora, con las manos trabajando una masa simple, perfumada de antigüedad, que no era otra cosa que su misma paciencia.
Midió las cantidades de harina y agua con el respeto de la aprendiza. No dudaba, pero se temía a sí misma en la disciplina del tiempo. La impaciencia. Tal vez todavía no era posible. Se recordaba en la tortura de esperar por las fotografías cuando existía la magia lenta del revelado. Adoraba la inmediatez, la instantaneidad, la teletransportación de star trek frente a la fuerza y la voluntad de los jedais.
Y allí estaba ahora, con las manos trabajando una masa simple, perfumada de antigüedad, que no era otra cosa que su misma paciencia.