En aquella soledad, limpia, perfumada y tibia, aprendió a esperar. Hacer pan tenía su liturgia. Sus gestos, sus tiempos, su magia o su química o alquimia. El tiempo amasa. No es preciso cansarse dando vueltas a la masa. Basta con dejarla reposar y el tiempo la suaviza, la mezcla, la trabaja. Es como los miedos, los rencores, las heridas. Mejor dejarlos un rato, antes de volver a ellos. Antes de volverlos a mirar.
Luego solo unas caricias. Esa sensación de suavizar la forma entre las manos. Y otra vez las horas que desgranan el perfume y crean la miga.
La casa olía a pan. Y un orgullo muy antiguo y muy sencillo crecía despacito en el modo de latir su corazón.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
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