En invierno las playas son para los perros. Corren empujados por el sol helado y la arena que les estalla entre las patas.
Se enredan en la alegría de correr, en la altura del cielo y el estruendo del mar y se contagian de ese placer animal de escapar y perseguir. El frío desaparece y también la pereza que expande el sol cuando susurra su nana tras los cristales...
Es bueno correr para no dejarse alcanzar. Es bueno reír.