Los globos son vistosos.
Hinchados de helio, levitan como viejos superhéroes, con voluntad de volar.
Los padres se inflaman de frases, se impostan de orgullo y falsa integridad. Aman en falsete y discursean con palabras endurecidas por el tiempo, como el pan que ya no sabe.
Los hijos les dan la mano, a los globos y a los padres, satisfechos, seguros. Confiados incluso cuando ya no son niños.
A veces se escapa, un globo, y parece que vuela. Parece que nunca va a parar. Que saldrá de la atmósfera y seguirá por el vacío helado del espacio. Pero no es así. Brilla engrandecido, fatuo y vanidoso, pero cada vez más pequeño y más fofo.
Brilla, pero nadie lo ve. Solo el niño que llora allá bajo, con los pies en la tierra. Traicionado para siempre por su propia ilusión. Traicionado y solo por aquel montón de aire y de palabras.
Después los hijos se hacen hombres y entonces, solo entonces, intentan perdonar.