Teníamos aproximadamente once años. Fuimos al mercado, a la plaza, a buscar el pescado, el pan y la fruta porque mi madre estaba cansada y porque teníamos que aprender. Entonces las calles eran pequeñas, tenían nombre, y la gente se saludaba al pasar. Compramos el pan, la fruta y el pescado. Junto a los puestos de pan estaban las flores. Era noviembre, había crisantemos de todos los colores. Las dos, mi hermena y yo, tuvimos la misma idea: Unas flores para mamá.
Compramos crisantemos, un precioso y enorme ramo de crisantemos blancos. A mamá le gustaban las flores.
Regresamos contentas con nuestro detalle. Sin embargo, al llegar a casa y abrirse la puerta, su mirada nos asustó. Parecía estar viendo una aparición:
-Y esas flores?
-Son para ti- le dijimos, envolviendo los crisantemos en sonrisas y ansias.
-Para mí?
-No te gustan?
No se atrevió a cogerlos.
Desde entonces sé que los crisantemos son las flores de difuntos. Y ahora que está muerta, prefiero no recordárselo con flores.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
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