Del otro lado del blog está mi vida. Una vida que desconoce que a veces la desmenuzo para esparcirla como migas de pan a las palomas. Del otro lado del blog, está mi vida. Ayer la vida y el blog, se confundieron y por unos instantes no estuvimos en ninguna parte.
Él, ese anciano shakespeariano que es mi padre, sentado y con los brazos apoyados en la mesa de la cocina, me preguntó:
-Hija, qué es una página web?
Dejé los cacharros que fregaba y me volví para observarlo. Preguntaba de verdad. Me saqué los guantes de goma. Sin desatar el mandil alcancé el iPad y me senté a su lado para explicarle. No sé si lo comprendió, pero en la travesía, nos acercamos al Remanso.
Leímos.
Permaneció callado, con los ojos concentrados en la pantalla, sin mirarme y leyendo todavía.
-Puedes ampliar la letra, haz como yo: así, con los dedos.
Y entonces acercó sus dedos temblorosos al cristal de la pantalla, sin atreverse a tocarla, haciendo un gesto de mago para ver crecer la letra. Un gesto de mago, elegante pero falto de fe.
-Así no, papá. Toca, toca la superficie...
Venció el escrúpulo de tocar un cristal y las letras se le hicieron visibles. Sonrió.
Y, en aquel momento, estábamos los dos del otro lado. Juntos, del otro lado.