No es lo mismo cumplir años cuando tu madre se ha muerto. Párate a pensarlo. Ella ha estado siempre, justo desde ese día. Y luego nunca es lo mismo. Tampoco es todo lo contrario. Es solamente esa sensación de fin de fiesta. El cumpleañosfeliz rebotando en las paredes de un cuarto vacío.
Él fue a buscar el regalo de cumpleaños. Recorrió la calle de tiendas de arriba abajo, y después, volvió sobre sus pasos, de abajo arriba. Tenía una idea poco clara pero quería acertar. Continuó por el callejón de la izquierda y entonces algo brilló en un escaparate.
Era una joyería pequeña y antigua, con vitrinas poco vistosas y casi cohibidas entre tanta falta de pudor comercial. Lo que brillaba era una gargantilla de plata con un diseño bello y sencillo que lo convenció. Entró y se la llevó envuelta en papel azul noche y letras doradas: Joyería Amor. Así de fácil.
Así de fácil.
No es lo mismo cumplir años cuando tu madre se ha muerto. Había dicho en voz alta sin llorar.
Entonces él le entregó el regalo. Ella vio las letras doradas de la joyería y mientras sus manos dudaban empezó a hacer preguntas. Solo quería estar segura de que su regalo venía precisamente de aquel lugar. Abrió el paquete y la gargantilla se ajustó a su cuello como unas manos tibias.
Pensó no decir nada, pero no pudo callarse: es de la joyería que está subiendo hacia la Iglesia de San Nicolás, un comercio antiguo, no es verdad?
Sí, un comercio antiguo.
Se lo contó: cuando ella era pequeña solo había otra persona en la ciudad con el nombre de su madre. Solo otra persona se llamaba Agripina: la mujer que entonces llevaba esa joyería.
Lo recuerdo porque ella me lo contó y porque las dos, a veces, se reían de sus nombres, tan singulares.
Así de fácil.