Antes de que saliera la luna subimos a ver las Perseidas. El monte estaba todavía cálido, con sobras de sol sobre las piedras. El cielo húmedo de estrellas y nuestros ojos grandes y redondos, esperando como redes.
Nico quería aprender a no tener miedo. Se escuchaban los lobos en la oscuridad del bosque.
Clara, en su papel de adolescente cansada de la vida, despreció el brillo de la noche, el silencio, la calidez del aire, la sorpresa de su hermano. Permaneció de pie para no verse envuelta y cayó rendida de pronto ante la aparición enorme de una luna mal cortada pero dueña del cielo.
-La Luna!- gritó, traicionando su silencio premeditado.
Volvimos con cuatro estrellas fugaces y ese gustillo agrio que deja la volatilidad del boceto.
Pues aquí estoy sin ver nada de nada.
ResponderExcluirBeijinhos, Pau.
También yo estoy... y nada. Aún así es hermoso estar mirando al cielo en noches así. Aquí escasean estas noches suaves.
ResponderExcluirQué buena noche hace, sí! Yo vi una este fin de semana en la montaña. Impresionante, maravilloso.
ResponderExcluirBeijinhos