Sonó el teléfono y se levantó de la butaca arrastrando los pies entre el frío y la desgana.
-Diga?- dijo lentamente. El oído apretado contra el auricular.
Una voz de mujer, amable, le ofreció un seguro de hogar, pero él lo rechazó porque, le dijo, ya tiene uno y está contento con él. Entonces la señorita le preguntó si tenía también un seguro de decesos, y él se sonrió. Fue una sonrisa elegante pero evidente y la televendedora tuvo que esperar por la respuesta.
-También tengo seguro de decesos, señorita. Pero, verá usted, aunque yo quisiera contratárselo, usted no iba a poder vendérmelo.
-Por supuesto que sí, señor. Si usted lo desea, podemos contratarlo ahora mismo.
-No, señorita, no le van a dejar hacerlo.
Esto lo habrá dicho con ese arte de hablar que tienen los ancianos, esa habilidad para sembrar palabras y recoger conversaciones.
-Pero por qué señor…?
-Pues porque yo tengo casi 90 años, y a esta edad nadie contrata un seguro de decesos, sabe usted?
Efectivamente la señorita se sonrió y le dio la razón. Debieron hablar algo más porque mi padre me lo contó con esos ojos granujas y pequeños que lo delatan y que no me ven mientras habla, porque está recordando. Hablaran lo que hablaran él estaba contento. La teleoperadora le dio las gracias y le dijo que había sido un placer haber hablado con él.
-Y es que hay que tomarse las cosas con humor, ya sabes, hija.
Y lo sé. Pero a veces reírse duele un poquito y no sé si voy a saber hacerlo.
Sabio consejo el de tu padre.
ResponderExcluirVenga, Pau, que reír no duele (Bueno, si no te pasas. El estómago se encoge, ja, ja)
Beijinhos
Todas las etapas de la vida tienen ventajas e inconvenientes. me gustaría empezar por pensar que ser un anciano es una etapa más, no peor, sólo los condicionantes son diferentes. Creo que nosotros mismos los discriminamos no valorando la parte buena de su situación,esa que hace sonreir a tu padre.
ResponderExcluirBeijinhos