-La mentalidad no se puede perder nunca- me sentencia el anciano desde su mirada amoratada, frágil y suavemente encogido. Siempre se llevó mal con el cuñado, repite el coro de vecinos a mi lado. Siempre se llevaron mal. Las llaves del tractor se perdieron en la huerta, entonces lo vio venir hacia él con un palo, levantó los brazos y cuando se repuso del golpe, aquel hombre, su cuñado, venía hacia él con un cuchillo.
-Ahora dice que no recuerda nada... pero la mentalidad no se puede perder nunca- Insite.
-Después me echó de casa y ni tiempo me dio para recoger mis cosas. Allí están, allí quedaron.
Sobre nosotros las nubes y el viento. Me abrazo por el frío y por esos ojos que me miran desde un dolor oscuro, hundido en la resignación que ha enraizado en los años. Siempre se llevaron mal, repite el coro trágico que espera. Siempre se llevaron mal. Y el anciano se va por el camino. Suavemente encogido, mascullando un destino hecho de arenas. Inexorable.
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