segunda-feira, 13 de junho de 2011
Escarabajo dorado
Dice, y cuando habla con los ojos estancados es porque lo recuerda, que cuando ella murió, en el suelo de la cocina no había ningún escarabajo perdiendo la vida entre las patas, panza arriba. Dice que se lo inventó porque esa sensación, la de bracear desesperadamente, era la que mejor describía esa espera silenciosa de su madre sentada junto a la ventana sin decir nada y a veces incluso, sonriendo. Sabiendo además, como ella lo sabe ahora, que se estaba muriendo. Se lo inventó, dice, y yo la creo. La creo por los ojos estancados y por que sé cómo le gusta aderezar los textos. Después el agua de su mirada volvió a correr, me miró y me dijo que ayer vio el mismo escarabajo inventado avanzando por el pasillo. Era el mismo escarabajo dorado, hermoso pero insecto. Caminaba despacio, pesado, portador de símbolos antiguos, solemne como un chamán. Se paró a mirarlo y estuvo tentada de llevarlo al jardín y rogarle que solo devorara las rosas. Pero no pudo. Pensó que era literatura, baratijas de palabras, y salió de la casa en paz, con esa convicción que fugazmente riza la superficie de sus ojos y, al ver que la he descubierto, se despide.
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