A veces salen plumas del edredón de Nicolás, como si hubiese dormido con un ángel. Plumas blancas o negras, suaves y livianas como solo pueden serlo las plumas. Él tira suavemente con los dedos para extirparlas del tejido. Yo más bien las arranco y me lamento.
-No mamá! no la tires! guárdala con el resto del tesoro!
-Qué?
-Ahí, en el último cajón debajo de la mesa... Ahí están todas...
Abro el último cajón debajo de la mesa y allí están. Como un nido. El tesoro de plumas que amasa cada noche. Una fortuna de ángeles y sueños, el volátil cobijo de su paciencia.
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