Dicen que los muertos no se mueren mientras no se les olvida, por eso, pese a su incredulidad y sus 87 años, cada 22 de Junio acude al cementerio, porque ese día cumple con la formalidad de no olvidar a su madre. Va hasta el cementerio, pero no lleva flores, no reza, permanece en silencio contemplando la lápida que está tres metros sobre el suelo en una especie de rascacielos funerario y después se va. Se va, pero da un rodeo para saludarla a ella, a la que fue su mujer y mi madre y ahora vive también en el cementerio.
-Pero papá, si tú sabes que en cualquier sitio puedes recordarlas…
-Ya, pero los muertos están allí.
Y la tarde discurre bajo la sombra dulzona del castaño, enredando una conversación en la que se trenzan los gritos de las golondrinas y me confiesa que nunca siente su casa deshabitada, que siempre hay alguien con él, algún muerto con el que conversa, medio despierto medio en sueños:
-Ya sé que es ficción, pero yo hablo con ellos…
- Ya…
- Es… como cuando hablas con Dios- continúa- como cuando hablas con Dios y le dices lo que piensas…
Y sonríe mientras me asomo a sus palabras, sorprendida, como para buscarlo.
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Cuánta dulzura, cuando hablas de él.
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