domingo, 29 de dezembro de 2013

NPC, tratamiento innovador en las lesiones músculoesqueléticas leves o moderadas.

Paciente de edad avanzada: 50 años. Presenta una lesión en la zona alta de la pierna izquierda, bajo el glúteo. Probable distensión de isquiotibiales ocurrida durante una sesión de lucimiento de la paciente ante su hija adolescente mientras presumía de sus conservadas habilidades para la realización del espagat con los músculos calientes tras carrera y pendiente de estiramiento. Durante la la entrevista clínica dice haber sido perfectamente capaz de consumar la maniobra gimnástica pero que al intentar mantenerla escuchó claramente un crack semejante a una rotura o un cable desgarrado. Disimuladamente recuperó la compostura y se dirigió a la ducha donde, tras breves juramentos, aplicó agua caliente y fría sobre la zona afectada. No sintió mucho dolor en ese momento, pero sí en las horas posteriores cuando los músculos hubieron enfriado.
Como quiera que la paciente sufre una adición semimorbosa a la práctica de correr para relajar su mente y rebajar la ansiedad a la que se siente sometida, nos vimos en la obligación de aplicar una cura arriesgada e innovadora para la que pedimos su previo consentimiento, si bien la paciente era ya conocedora de nuestros sistemas. La cura consiste en suministrar en la zona una buena dosis  de NPC compensada con paracetamol de un gramo cada 8 horas. 
Acordamos guardar unas 48 horas de reposo relativo, no más, y después reiniciar el deporte habitual de manera suave y progresiva dosificando el NPC a demanda de las necesidades.
Los resultados han sido altamente satisfactorios. La recuperación de la paciente se produce exitosamente en un tiempo similar o superior al esperado según el método tradicional con reposo y antiinflamatorios, pero con menor contaminación química y generación de estrés.
El priimer día se aplicó sobre la zona una dosis media de NPC justo antes de la salida y un gramo de paracetamol en la media hora anterior. Se recomendó un trote suave y observación durante todo el recorrido. El segundo día la carrera fue más larga, la dosis de NPC fue mayor pero no hubo necesidad de aumentar el paracetamol.
El tercer y cuarto día de regreso a la práctica deportiva el trote fue casi dentro de la normalidad, los kilómetros se prolongaron hasta superar los siete y asombrosamente la normalidad en la carrera, con una dosis moderada de NPC, se consiguió alrededor del km. 3.
Concluimos de nuestro experimento que el NPC ofrece resultados favorables para lesiones músculoesqueléticas leves. Igualando en el tiempo de curación o incluso superando, a los métodos tradicionales que recomiendan un tiempo de reposo superior, entorpeciendo la vida normal del paciente.
Es la segunda experiencia en humanos de este sistema. En animales, claro está, ha sido sobradamente experimentado y contrastado. De hecho es precisamente en la vigilancia del comportamiento de los mismos en lo que se han basado las investigaciones. En una ocasión anterior la misma paciente fue sometida a dosis elevadas de NPC para la recuperación de un esguince de tobillo grado II en el que se había producido derrame considerable en toda la zona plantar. En aquella ocasión el NPC fue aplicado con algo más de 72 horas de reposo y demorando un par de semanas el retorno al trote. Pero la recuperación, sin secuelas aparentes, fue en un tiempo más breve que siguiendo la cura tradicional.
Esperamos que esta narración, algo más larga de lo habitual,  haya sido de utilidad para la comunidad.
La fórmula del NPC no es constante, varía según la necesidad de él o la paciente. No responde en modo alguno a ningún tipo de medicina alternativa y siempre debe ser utilizado con moderación. Para información de los lectores, y solo a modo orientativo, diremos que las siglas NPC responden al nombre específico de "niputocaso". Siempre se recomienda utilizar bajo la cercana observación de un especialista.

sexta-feira, 27 de dezembro de 2013

Urgência e sono

Na penumbra do sono, quando quase já nem somos, abre-se a porta en entra o Nicolás aos borbotões: um mimo! um mimo! um mimo!
É uma urgência. Bem sei. Deita-se ao meu lado. Um abraço em silêncio que entra no meu sonho. Beijo. Já está. Já foi. Sae levando o sorriso posto por cima do sono e do pijama.
Eu também pintada da mesma açúcar.
Então, antes de fechar a porta, chamo:
-Nicolás!
-Mamai?
-Olha... continua a fazer sempre assim. Mesmo quando sejas maior...
-Si, mamai...
....
Volta a aparecer na porta:
-Mãe...?
-Di-me..
-Mesmo quando eu já nao more cá, contigo?
-Claro, Nico, mesmo então..
-mmm... vai ser difícil.. mas vou fazer.
E a noite continua a correr cobrindo o nosso instante para não o romper.

domingo, 15 de dezembro de 2013

Modo ahorro

Se apaga la pantalla aburrida de esperar por mí. Entra en modo reposo, ahorro de energía, antes de que yo sepa qué querría contar. No tengo miedo de la página en blanco pero sí de ese apagón que me obliga a reescribir la contraseña, pulsar de nuevo el botón de encender. Como un duende que me instiga y tapetea impaciente con el pie mientras pienso en vacío. 
Me pasa a veces, cuando sé que querrías que te contase algo y aunque sé que hay mil cosas, no puedo verlas brillar, ninguna me conmueve para darle forma. Recuerdo las orejas de Nicolás enrojeciendo al ser pillado en falta, sus lágrimas contenidas en el aféizar de sus ojillos, todo pestañas de escarcha, porque sin querer nos contó, en la confianza y la risa, aquella cosa tan fea que le dijo a un amigo. Recuerdo cómo quería escapar de sí mismo, más que de nuestro silencio, cuando lloraba que ya lo había admitido, que ya bastaba. Pero no quiero contarlo. 
También hay una historia en el señor Scrooge que tú y yo conocemos, que se quedará solo la noche de Navidad porque nunca ha creído en las lucecillas o tal vez siempre le han enternecido demasiado. Pero tampoco quiero porque es una historia muy dura y muy larga que tendrá que esperar.
Y solo para evitar este infernal modo ahorro con que me amenaza el duende, me gustaría contarte aquel beso que recuerdo en el televisor una de tantas tardes de sábado. Aquel beso diferente que no he podido olvidar desde la infancia: ella llora y las lágrimas rodean largamente sus labios. Él, elegante y cansado, se acerca y, sin apenas tocarla, besa el borde de su boca. Se despide. No era Lawrence de Arabia. Tal vez lord Jim. No lo recuerdo. Pero ese beso es una de esas líneas de tiza que marcamos en la infancia. Se borran, pero siempre queda el polvillo entre los dedos. Ha muerto Peter O`Toole, pero no su beso, ni su andar, ni sus brazos en el escenario, ni su boca, ni su risa perfumada de alcohol, ni su manera de decir o de reinar.



domingo, 8 de dezembro de 2013

Interrogatorio

Los brillos de la Navidad se expanden por todas las esquinas de la casa. Su alegría en falsete se adueña de las ventanas, de las puertas, de los ojos de Nicolás que amontona el espumillón y la bolas de colores sobre el árbol. Le voy pasando adornos con el sabor agridulce que me produce esta alegría.
- Mamá, me dice sin volverse, dice papá que a ti no te gusta la Navidad.
- Claro que me gusta- respondo sin mucho entusiasmo.
Ha sido así siempre. Soy de esa escuela rancia de escépticas que se revuelven en cuanto los anuncios de colonias emergen en las revistas, en las pantallas, incapaz de sobreponerse a la sensiblería mercenaria de los escaparates y a la buena voluntad segmentada en el calendario. Me parece tan falsa como el dorado de las cintas de colores, como la nieve en espray de los cristales.
Desenredamos las luces y las dejamos camufladas entre las ramas de plástico. Enchufamos. La Navidad parpadea llena de colores. Nicolás es feliz, su risa resplandece como la estrella. Aplaude.
 Se hace un silencio entre los dos y entonces aprovecha:
- Pues papá dice que no te gusta... ¿por qué no te gusta la Navidad?, en serio, mamá...
- Que no.. que sí que me gusta, Nico...
Entonces se sienta en el taburete junto al árbol, los ojos muy abiertos y el gorro de Papá Noel ladeado en la cabeza. Me mira y dispuesto a esperar, pregunta:
- Pues dime: ¿por qué te gusta?.
Esa es la pregunta de la que no hay salida. Nos miramos y entonces le digo la verdad:
- Me gusta, Nico, porque te gusta a ti.
Duda un instante pero prefiere creerme, así que recogemos las virutas preciosas del espumillón en el suelo y hablamos de dónde pondremos el Belén.


segunda-feira, 2 de dezembro de 2013

Antes del amanecer

Malamente distingo alguna rama en el suelo. Escucho apenas mi respiración y mis pasos agrietando el silencio endurecido por el frío. Me duelen  los dedos de las manos y aún así me gusta saberme sola en el paisaje oscuro. Todavía no amanece. Los pájaros callan. Solo el frío y la noche entre las estrellas. Un cielo enorme que no conforta pero es hermoso. Apenas existo. Junto al río se ve una luz mínima y ágil. Dudo pero continúo. No puede haber nadie más a esas horas en el camino. Otra luz. Continúo. Llegando al puente ya veo un resplandor tenue y un murmullo: el maletero de un coche entre los árboles. Unas voces de hombres y mi respiración ahora inquieta. De pronto, junto a  mí, la lucecilla ágil saliendo de la sombra. Solo un cigarro y unos buenos días entre los dientes. Del maletero sacan las motosierras. Una hora dura para empezar la jornada. Leñadores.
Cuando lo cuento, ya lo sé, las motosierras no tranquilizan. No.

terça-feira, 19 de novembro de 2013

Corriendo

Por allí cerca hay un asentamiento de gitanos. Unas viviendas en las que poco a poco el paisaje toma aspecto de aldea. Huele a churros calientes en verano y hay barracas de feria descompuestas junto a las casas. También hay furgonetas llenas de globos que se agolpan contra las ventanillas y unos perros pachorrentos y serios que me huelen, discretos, al pasar. Sale humo de las chimeneas y los domingos, cuando los niños no van al colegio, me preguntan por qué corro, haciendo un alto en sus risas. Les respondo que porque llevo prisa y suele ser verdad. Pero corro porque me gusta. Eso es más difícil de entender.
Unos metros más adelante hay un cementerio. Un cementerio de pueblo con su iglesia y sus flores, sus ancianas cuidando las tumbas por las mañanas y sus coches recién lavados coloreando descuidadamente el camino esperando por la misa los días de fiesta.
MIentras corro voy pensando. Los gitanos, los de la aldea que crece y se establece, no enterrarán sus muertos en ese cementerio. Ese cementerio tiene raíces en otro lugar, y otro lugar es más bien otro tiempo. Los recién llegados no tenemos sitio entre los muertos del pueblo. Tal vez por eso nunca llegamos a ser pertenecer de todo. Carecemos de humus.
Estos gitanos, que no llevarán sus muertos al viejo cementerio, tienen su identidad pintada en los muretes que levantan cercando sus viviendas: Barcelos. Hay "galos de Barcelos" en todas los cercados, en las veletas... Siluetas de color contra el cielo gris, recordando dónde están sus raíces. 
Y yo, que sigo corriendo, me pregunto si no me escapo de las preguntas sencillas que saben hacer los niños.

segunda-feira, 21 de outubro de 2013

Clave html

Hay papeles que escribo un día para recordar una idea, unas líneas, una frase afortunada, y después los olvido entre muchos otros, o los pierdo entre la ropa limpia o entre las recetas de postres que no he llegado a hacer, o la letra se enreda en el olvido hasta perder el sentido. Este apareció en el cajón de los calcetines, entre unas fotos viejas y la cajita que guarda el tesoro truculento del ratoncito Pérez. Un papel arrugado con cuentas en el reverso y apenas unas líneas:
"Necesito la palma de tu mano
el hueco de tu mirada, para acurrucarme
el rumor de tus palabras para conciliar el sueño
el miedo a perderte para despertar por las mañanas.
Necesito el lazo con que ta..."

Y ahí se termina, sin que pueda saber la palabra que falta, sin que sepa ni cuándo ni en dónde apunté los versos.
Pero sé que src = "tu".

Acaba mal...

Começa um filme de submarinos. Sentamo-nos a ver sem que ele compreenda muito bem termos como guerra fria ou soviético. Sabe apenas de bons e maus, de honor e de confrontamento. Sabe de naves e submarinos, de rádares, frio e mísseis.
O novo capitão fala com o ímpetu das arengas para quebrar o medo entre os soldados como se fosse gelo:
-Ustedes sin mí no son nada! 
Eles escutam e Nicolás também.
-Yo sin ustedes, tampoco. (Passos e pausa. Silêncio transcendente): No vamos a fracasar!
E o sábio Nicolás, desde o fundo do sofá, concentrado acrescenta:
-Já conheço a história: vão fracasar.

sexta-feira, 18 de outubro de 2013

Zeuses domésticos

Dice Clara que todos los padres son zeus. Dioses iracundos y arrebatados que escupen rayos por doquier desde su olimpo casero lleno de nubes de almohadón. Los mismos poderes que Zeus tenía Hera, pero nadie la admira ni la teme. Su poder no trasciende. Casi ni la recuerdan. Solo era bella.
Dice Clara, mientras cenamos, con esa voz serena que blande cuando toca decir verdades, que todos los padres son zeus. Hacemos inventario y poco a poco, entre bromas y veras, constatamos.

segunda-feira, 7 de outubro de 2013

Mães e bichos

Entro na sala e os dois olham para mim como se não me esperassem. Brincam sobre o tapete e riem mas ao ver-me ficam parados. O Nicolás estava de costas e reparo na sua camisa suja, cheia de restos de lama.
-Olha Nicolás, tens que mudar a camiseta. Não podemos sair com essa roupa suja.
Os olhos de ambos, peganhentos de malícia, não querem sair da sua festa. Evellym esforça-se e fala:
-Foi meu irmão que o sujou, o Iago.
O Iago tem apenas três anos e leva as culpas do todo mal. Quase sempre é o dono delas, mas às vezes  emprestam-lhas só porque nele ficam engraçadas.
-Não Evellym, a camiseta está suja de passar por cima das poças com a bicicleta.
Abre os lhos e exclama: guau!
Saio do sala. Ficam a falar em voz baixa mas escuto o Nicolás que instrue pacientemente à pequena Evellym:
-... ela sempre sabe tudo. Tudo!
 E vai para o quarto a mudar a roupa seguido da rapariga que olha para mim com a desconfiança precavida com que olharia para um bicho.

domingo, 6 de outubro de 2013

Ajenos

El otoño tiene siempre una luz afilada que se derrama por los caminos. Los pájaros más que cantar, lloran y los árboles agonizan con dulzura, cansados y vencidos de haber sido tan verdes.
Hacemos como que nada sucede, pero lo cierto es que bostezamos y la mirada se nos prende en los reflejos. Perdemos el hilo invisible de las conversaciones, sufrimos conteniendo la voluntad que se nos va por la ventana. Es otoño, reino del sueño y la pereza. La luz se acaba y no podemos fingir que nada importa, que la tierra es ajena. No podemos fingir, solo mentirnos y obstinarnos, como sonámbulos tristes de la costumbre.

terça-feira, 1 de outubro de 2013

E então...

Já à noitinha, brinca de costas a mim que aguardo deitada na cama a que termine. Vamos ler o conto de cada dia e ele adia o momento de adormecer. Atravessa um oceano com uma frota de barcos na procura de baleias. Eu observo e penso: a sua cabezinha quase bem proporcionada com os ombros, as suas pernas fortes... Falo em alta voz:
-Olha Nicolás... estás a fazer-te maior.. e.. não estou muito certa de gostar...
Volta-se deixando o mar. Achega-se devagarinho e mergulha-se no meu abraço.
-Já o sei, mamai, eu também não gosto...
- Não te preocupes, Nicolás, ainda colhes enteiro nos meus braços. E sabes?-digo- quando passem uns anos serás maior de verdade e então serei eu a que caiba nos teus bracinhos de homem grande... e ...
-...e então mamai- ele interrompe- então, mamai, eu morro.

Não posso dizer nada porque há segredos calados na sua certeza. Segredos que prefiro sem palavras.

Un curso más

Cae ahora el telón sobre las luces de verbena. El patio de butacas queda en la penumbra y poco a poco se vacía. Muestra una sonrisa desdentada como la boca de un niño. La pizpireta Jenny se ha marchado de regreso a su país. La sensata Silvia estudiará en otra ciudad que ahora parece muy lejana. Saben que ha terminado otro acto y la fiesta termina una vez más. Clara, siempre serena, sonríe mientras sale envuelta en sueños azules en que saltan los delfines. Se retiran en silencio y quedan apenas, absortos en las mustias candilejas, un puñado de jóvenes que se harán mayores dentro de su ropa pequeña, sin saberlo. Se quedarán allí esperando por una función que ha terminado. Por unas luces que no vuelven a brillar.
Ellas cambiarán de sala. Ocuparán otra butaca en la que una vez más el telón se levantará arrastrándolas en el miedo y en la risa. Tal vez no estén juntas pero la función será la misma y se sabrán cercanas. Bellas por dentro y por fuera, con la belleza que brilla cuando la madurez aflora lentamente en sus tiempos.

domingo, 22 de setembro de 2013

Pequeñeces

A menudo sucede que, sin apenas darnos cuenta, hay restos de frases, harapos de viejas canciones, consejos casi abandonados, que dibujan un rastro por el que nos guiamos en medio de la confusión. En momentos de tristeza, cuando estaría dispuesta a renunciar a cualquier esfuerzo y desistir de cualquier meta, recuerdo aquellos versos de Silvio Rodríguez: "Creía mi alma inservible pero era cansancio vulgar, nada más", que siempre resultan ser ciertos. Ciertos tras el descanso.
También T. S. Elliot me acompaña diariamente sin que de él sepa mucho más que ese fragmento de plegaria, que sin haberla pedido, me enseñó un buen amigo: "Enséñanos lo que importa y lo que  no importa. Enséñanos a estar sentados, tranquilos". (Como no la sé literalmente, sé que me corregirá, pero en realidad es eso). 
Otras veces, lejos de ser un verso o una canción, es un gesto o una ayuda para la vida cotidiana: estibar bien la carga. Es muy importante estibar bien la carga para poder llevárnoslo todo. Saber dónde colocar lo grande y lo pesado, dónde lo lo pequeño y lo frágil, dónde lo importante, lo urgente para descargar y aprovechar los huecos. Esto lo aprendí de él. Es tan importante esta buena práctica que vale tanto para traer la compra del supermercado como para cruzar el océano en un mercante, o sobre todo para ordenar el día a día en nuestras emociones con el menor esfuerzo y el paso más seguro. Lo aprendí de él, que vive conmigo.
Y puede ser también solo una palabra, como la especia que salva un plato sin brillo: ser implacable. Implacables y fieles a nosotros mismos. Esto me lo contó la hechiZera. Me lo cuenta siempre, ella.

quinta-feira, 19 de setembro de 2013

Sobre Carlos Borra

Se llamaba Carlos Borra y tenía en el andar y en los ademanes ese donaire y desparpajo que en los hombres recuerda a los felinos y a menudo resulta irresistible. Sonreía incluso con las manos y podría convencerte, sin dejar de mirarte a los ojos, de cualquier aventura imposible. Escuchándolo, más de una vez, he creído ver al niño que fue un día. Un niño de ojos grandes e imaginación parásita de la vida y la rutina. Sin embargo él insistía en que nunca fue así. Que de pequeño era tímido y callado. Que sus padres, esos desconocidos de nuestra madurez, pensaban por entonces que nunca tendría amigos. 
A veces sucede. Un buen día mudamos la piel y nos hacemos adultos. Entonces se hace imposible ser reconocidos. El tiempo discurre y como Carlos Borra perdemos no solamente al niño que fuimos, si no al hombre o la mujer que nos pronosticaba el futuro. Ellos nos miran sin saber cómo hablarnos y nosotros escuchamos con una sonrisa que se apoya en la ternura. Sabiendo que nos observan desde muy lejos aunque nos quieran muy cerca. A Carlos Borra  dejé de verlo hace unos años pero siempre lo recuerdo cuando intento seguir los pasos, debería decir las mutaciones, de mis hijos. No querría perderme el instante en que muden su piel y un extraño muy querido ocupe mis abrazos. No querría dejar de admirarlos.

domingo, 15 de setembro de 2013

La calma y el viento

El monitor nos lo dijo mientras nos acompañaba al barco:  Ahora el viento sopla de la playa pero en breve volverá a soplar del mar. Es posible que esté cambiando durante un rato. Luego dejará de soplar y estará unos minutos todo en calma. Tened paciencia.  Soplará del mar. 
Me sorprendió esa certeza y además el tono neutro de su voz mientras pronosticaba. Pensé que sus ojos, grandes, azules y poco expresivos, tenían algo de la misma quietud de la profundidad. Una quietud que intranquiliza por imprevisible. Pero él estaba seguro: Pronto soplará del mar.
Cruzamos la bahía aprendiendo el viento. Después, ya cerca de las rocas, no pudimos virar. La mañana contuvo la respiración durante diez minutos largos en que no dejamos de observar la costa, tan cercana. Y de pronto, como un suspiro, la vela se volvió a llenar. Reímos y avanzamos con rapidez, sin perder la corriente que nos llevaba. 
A veces sucede así. Todo se calla y permanece en silencio. El miedo nos tapa los ojos y pregunta para atormentarnos: "¿a dónde vas?" No sabemos lo que será mañana. Es preciso esperar y sujetar muy fuerte la escota de la voluntad. Pronto volverá a soplar del mar.

quinta-feira, 5 de setembro de 2013

Algunas verdades sobre la tristeza.

La tristeza es pegajosa. Ahoga el alma mientras la abraza. Se instala en la razón  y allí se calla. Luego ciega los ojos y nos enturbia los días. Apenas deja lugar para los brazos caídos. Ahoga. Arruga la verdad como las manos arrugan un papel equivocado. Mezcla futuro y miedo. Presente y miedo. Paraliza. Abraza. Acuna y, después, mata. 

quinta-feira, 29 de agosto de 2013

El juego de la pilla

Corren sin parar y gritan como pájaros de verano. Corren todos. Escapan mientras ríen. Solo uno, con los brazos extendidos, intenta pillar. No importa a cuál. No importa cómo. En realidad tampoco importa mucho cuándo porque se trata de jugar y mientras juegan están siendo niños. Solo niños que aprenden. 
Todos los cachorros aprenden en el juego, ritos iniciáticos para la vida. Rutinas de "como si" para salir después al descampado del mundo. Allí, en el mundo, se termina. Termina el juego pero sigue la pilla. Seguimos corriendo cada día con la esperanza absurda de que no nos pille. Que no nos pille el paro, el dolor, la enfermedad, la desgracia; que no nos pille la muerte. Sorteando para siempre esos brazos extendidos, sin gritar ni reír. Corriendo a ciegas. Apenas con el miedo de saber, en las entrañas, que antes o después nos tocará la panda.

segunda-feira, 11 de março de 2013

Teología práctica y aplicada

Nicolás es rebelde, díscolo, que es la palabra con que se describe a los niños rebeldes.
Durante la cena hablamos de sus maneras.
- Mañana vas a ir a la Iglesia.
Le decimos como amenaza poco convincente.
- A la Iglesia? a qué?
- Pues para que tengas que contarle a alguien lo mal que te portas. Las cosas que nos dices...
-... y para que te digan que si sigues así te irás al infierno!- termino yo rotundamente.

Nicolás sigue cenando y se sonríe.
- El infierno no existe!
Continúa pensando y casi se escucha el ágil crujido de sus pensamientos:
- A ver... - explica -yo creo en Dios, pero no en el infierno...
- Ah! y eso por qué? por qué en Dios, sí y en el infierno, no? Me lo explicas?
Y con su media sonrisa, desde la obviedad, responde:
- Pues porque el infierno... Porque eso no tiene nada que ver con Dios!
Y la conclusión nos desarma por su evidencia.
Algo en su intuición de Dios me parece tan fácil...

terça-feira, 26 de fevereiro de 2013

Arañas y sabiduría.

El silencio tenía ya una densidad nocturna cuando NIcolás comenzó a gritar de aquella manera horrorizada. Lo creíamos dormido, pero saltó de la cama sin controlar sus movimientos y sus alaridos y explicando malamente su terror. Al parecer se estaba durmiendo cuando sintió algo en la cama y, al abrir los ojos, se econtró con una araña monstruosa en el almohadón. Intentamos calmarlo aplicándole nuestras palabras más sosegadas, pero todo parecía inútil. Poseído por el pánico se despojó del pijama en el pasillo mientras se sacudía el pelo y la espalda repitiendo una y otra vez: mira a ver si la tengo, mira a ver si la tengo!
No la tenía. Fui a buscar en la cama con la alegre previsión de encontrarme un bicho de campo de tantos como pululan por el mundo en la rompiente primavera. Moví la almohada, nada. Moví la sábana, nada. Estiré el edredón y sí, alli estaba, peluda, corpulenta, de abdomen carnoso y patas musculosas, una araña perfecta para resquebrajar el sueño. Baste decir que de habérmela encontrado yo misma, todavía hoy no sería capaz de dormir en el lugar de los autos.
Omitiré la manera, penosa, en que conseguimos hacer frente al animal. La matamos. Nico durmió con mamá y todavía, hace ya más de una semana, hablamos de ella y sacudimos las ropas antes de dormir. Lo que realmente importa es la moraleja, la sabiduría que el pequeño Nicolás extrajo de su pánico. Nicolás, que todavía no ha cumplido los 8 años, filosofaba ayer:
-Estoy pensando algo que me parece que es muy bonito, mamá. Estoy pensando... que a veces de un momento que es muy pequeño, hacemos algo muy grande. Como el día de la araña, mamá.. que fue un momentito.. y...
Y yo lo comprendo, pero no comprendo cómo ha hecho él para destilar esa gota impecable de saber.

Otro ratito

A veces empieza siendo como un hastío de una misma. Luego es simplemente dejadez. Desleixo. Holgazanería, que diría ella. Deshacerse un poquito en la corriente o dejar de ser. El placer de no existir. En cualquier caso, una incapacidad inquebrantable para disciplinarse y volver a cavar en la veta de donde sale el diminuto brillo. Dejarlo oxidar.
Un día suena una música en la espera de una llamada, o alguien tararea al pasar bajo la ventana y, de pronto, sin trámite ni aviso, los dedos recuerdan el camino y vuelven.
Otro ratito.

sexta-feira, 18 de janeiro de 2013

Rescate

Lo cierto es que cuando le sonrío por las mañanas, me siento mejor. Hoy llovía. Ha llovido toda la semana. Es de nuevo esa lluvia constante y obstinada que apenas deja respirar. Resbala por la piel de la realidad con absoluta falta de pudor. Poco a poco nos va ganando, anegando, encharcando. Nos ahoga el alma y enmohece nuestros gestos dejándonos encantados en una mirada soñolienta tras el cristal de la ventana.
Me resisto porque sé que si cedo a ese hechizo no volveré de allí. Salgo a correr y escucho los pies en la tierra empapada. Las piernas frías. Sudo. Y al volver, ya subiendo hacia casa, lo veo tras el cristal, como cada mañana. Casi lo olvido porque el agua me empaña la mirada, pero está allí. Entonces, bajo la lluvia, sonrío un día más, y esta mañana siento como esa sonrisa despeja un poquito el aire. Digo adiós con un gesto muy grande de mis brazos y él, detrás de la ventana, con sus noventa años en adagio, me devuelve el saludo y la sonrisa. Una sonrisa, que de haber sucumbido a la pereza, no habría rescatado de la inundación.

segunda-feira, 14 de janeiro de 2013

Paradoja de la gallina. O paradoja del blog y la gallina.

En realidad lo pensé mientras corría. Precisamente mientras corría.
Las mujeres vivimos más años. Somos más longevas. Es posible. Pero mientras corro por el camino, entre pinos y eucaliptos, pienso que, tal vez, no sea tan cierto. En realidad lo que sucede es que nos olvidamos de morir, atareadas como estamos en mantener la vida.
Todo sucede tras el primer hijo. Hago recuento de amigas y conocidas. Han desaparecido. Desaparecen, igual que yo misma, en la dulce y adictiva tarea de criar un hijo. Después es todo correr para empujar la vida y colarse en los huecos del estar de los otros. -Pero lo de los huecos es otra teoría-. Lo que importa es que todo es correr y, en esa prisa, en esa concentración permanente para que no decaiga, es posible que nos olvidemos, un día, de morir. Por eso duramos.
Lo pensé mientras corría, precisamente mientras corría. Tal vez por eso surgió la imagen tópica, jocosa y dura de una gallina sin cabeza escapando de la muerte por la propia inercia estar viva.

quinta-feira, 10 de janeiro de 2013

Poco habitual

Era temprano y estaba parado, junto a la furgoneta, en medio de la nada. Temprano: esa hora en que nada es todavía habitual. El cielo se acomoda, el viento duda, los pájaros se revuelven en las ramas.
Él estaba parado en medio del camino. La furgoneta apenas arrimada y él junto a la portezuela. Esperando por el tiempo. Un hombre maduro. Abrigo. Cabello penosamente teñido. Gafas. No reparé en más. No reparé entonces y aún ahora no podría retratarlo mejor.
Yo simplemente corría. Escuchaba mis propios pasos en la grava y respiraba. Corría también en medio de la nada y de mi nada.
Al pasar a su altura, el hombre dijo algo. Como no le entendí, aminoré la marcha y pregunté con un gesto, fatigada.
-Que si llevas mucha prisa... yo te llevo... -
Y la boca se le torció en un gesto mal aprendido de estúpida osadía.
No sé si fue precisamente el gesto o la pausa inesperada, pero sé que respondí con unas palabras crudas arrojadas con fuerza. Duras. Seguí corriendo. Pensé en mis canas, en mis años, en mi carrera torpe y en la hora. Pensé. Fui pensando. Después todo fue siendo cotidiano y todas las cosas permanecían en su sitio. Es decir, lo fui olvidando.
Pasaron un par de semanas y una mañana, ya subiendo hacia casa, pasó una furgoneta. Pasó y de pronto volvió a pasar y se paró a mi altura. Bajó un hombre maduro. Abrigo. Cabello penosamente teñido. Gafas. No reparé en más. Se dirigía a mí y aminoré el paso por si iba a hacer una pregunta. Una dirección. Un camino. Se aproximó despacio.
-Perdone-dijo.
-Sí, dígame.
-El otro día... hace unos días... creo que la ofendí. Quiero que sepa que no era mi intención. Que no quería molestarla.... Que yo solo...-
Hablaba despacio y buscando las palabras como en un cajón revuelto en que nada se encuentra.
Tardé en unir los puntos que unían los días. Pero era el mismo hombre. La misma voz.
-No se preocupe- le dije -Acepto las disculpas. Digamos que fue... un mal momento.
Subió a la furgoneta y se marchó. Yo seguí corriendo. Seguí pensando. Y, además, llegué sonriendo.

quarta-feira, 9 de janeiro de 2013

Vulnerables

Nos decimos “ya pasó” con una sonrisa que quiere ser de alivio, aunque, a veces, se nos queda atascada en un roce imperceptible de nostalgia. “Es que solo están bien mientras hay niños”. Y  metemos las bolas en su caja, las guirnaldas, los pastores, los Reyes, el portal y el Niño, la Virgen, San José y la mula, el buey... Lo hacemos con cuidado. Ordenamos y envolvemos con esmero. Con ese mismo esmero con el que estos días nos hemos expresado. Pasando de puntillas por el alma. Porque la Navidad, que ya ha pasado, -sana sana-, nos hace quebradizos y pequeños, nos disuelve por dentro. Quedan a flor de piel nuestros antiguos escollos, esas durezas mal fraguadas en la infancia. Aquellas Navidades en que nos creíamos, pequeños aquiles, invulnerables.

terça-feira, 8 de janeiro de 2013

Cocina

Me habla de espaldas y desde la altura incómoda de sus zapatos de tacón mientras aclara bajo el agua, guantes de látex, los últimos cubiertos. Veo la lazada del mandil y sus largas piernas. Su espalda levemente encorvada hacia el fregadero. Me habla lentamente, con el remanso del cansancio. La cocina huele a clavo y a carne guisada.
Entonces se vuelve y sus ojos brillan con el titubeo de unas lágrimas.
-¿Sabes?- dice -yo también he caído en la trampa.