Me sorprendió esa certeza y además el tono neutro de su voz mientras pronosticaba. Pensé que sus ojos, grandes, azules y poco expresivos, tenían algo de la misma quietud de la profundidad. Una quietud que intranquiliza por imprevisible. Pero él estaba seguro: Pronto soplará del mar.
Cruzamos la bahía aprendiendo el viento. Después, ya cerca de las rocas, no pudimos virar. La mañana contuvo la respiración durante diez minutos largos en que no dejamos de observar la costa, tan cercana. Y de pronto, como un suspiro, la vela se volvió a llenar. Reímos y avanzamos con rapidez, sin perder la corriente que nos llevaba.
A veces sucede así. Todo se calla y permanece en silencio. El miedo nos tapa los ojos y pregunta para atormentarnos: "¿a dónde vas?" No sabemos lo que será mañana. Es preciso esperar y sujetar muy fuerte la escota de la voluntad. Pronto volverá a soplar del mar.
Encántame Paula, como adoita suceder
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