La tristeza es húmeda y se encharca, como la lluvia. Por eso nuestra irreprimible niñez insiste en chapotear en ella. Chapotear sobre los charcos de tristeza hasta calarnos los huesecillos del alma. Para entonces ya es tarde y en la oscuridad nos quedamos helados. Tiritando. Salpicando.
Y mientras, mientras la vida pasa a nuestro lado. Exuberante y madura, con esa sonrisa que todo lo perdona.Un poco madre. Pero sin pausa.
Esa forma de ver la vida, con caderas redondeadas :) me gusta!!
ResponderExcluirBeijos
Ojalá la viésemos así de verdad... Pero solo es dado a muy poquitas...
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