Bajábamos hacia la ciudad y desde el monte vimos salir el humo negro. No dijimos nada. Lo asumimos como algo adherido a la condición urbana. Aún así, en las corrientes más sordas de la conciencia no pude evitar recordar. Por la ventana de la cocina, en la casa de mis padres, se veía toda la ciudad. Era como una atalaya desde la que ella, mi madre, cocinaba y soñaba. Algunas veces un humo como el de hoy salía desde las proximidades de la refinería. Entonces se apresuraba a darnos la alarma. Íbamos corriendo, sobre todo de niñas, y observábamos con cierta angustia. Es lo propio en una ciudad con refinería, la angustia. Pasaba el rato. Escuchábamos la radio. El humo se disipaba y alguno de los mayores hacía algún comentario sobre la inocencia de mi madre, su imaginación y su temor injustificado. Era fácil comentar tras conocer el desenlace.
Esta tarde, al ver el humo, he recordado aquellas ocasiones. He pensado yo misma: la refinería! y yo misma me he restado importancia. Qué bobada, la refinería...
Hace apenas unos minutos he recibido el mensaje de un amigo: "Os ha afectado el incendio en la refinería? Lo he visto en el informativo!"
Esos miedos reales y sencillos...fíjate que hasta los echamos de menos! Quizás hay que sacudirse los otros :)
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