Nicolás pede aos Reis Magos ADN de dinossauro e ADN de rã.
A ver o quê acontece...
Depois debate sobre a velhice das tartarugas e das rãs, elaborando, diante do seu prato de espagete, uma teoria coerente e solvente sobre a procedência da vida fundamentada no mar que favorece a antiguidade das tartarugas.
Os Reis ficam espantados.
segunda-feira, 17 de dezembro de 2012
domingo, 16 de dezembro de 2012
Otra vez esta voz
A veces me duermo a propósito
para dejar de ser.
Tierra que se diluye en la corriente.
Barro.
A veces me duermo
para dejar de ser.
Barro.
Recuerdo que sacudes
Del camino
Tras haber llegado.
para dejar de ser.
Tierra que se diluye en la corriente.
Barro.
A veces me duermo
para dejar de ser.
Barro.
Recuerdo que sacudes
Del camino
Tras haber llegado.
sábado, 15 de dezembro de 2012
Una palabra
La noche era lluviosa y el interior del autobús iba en penumbra. Los viajeros se amodorraban en ovillos de sueño para hacer más corto el trayecto y el conductor espantaba el cansancio con palabras. El compañero escuchaba con breves expresiones que confirmaban su escucha y mantenían la conversación que, por momentos, parecía sucumbir a la hipnosis del limpiaparabrisas. Había viajado mucho. Contando los viajes que había hecho en camión y ahora en bus, podía haber recorrido dos veces Europa, tal vez más. Muchas anécdotas, sí, muchas historias.
Viajaba en una ocasión por el norte de Alemania, grandes llanuras hacia donde el invierno hace descender las nubes. No encontraba su destino. Era joven entonces, impaciente. Repetía una y otra vez la ruta marcada en el mapa pero la nave de electrónica en donde tenía que dejar su carga no aparecía. De alemán no sabía hablar una palabra y todas las tentativas para hacerse entender se quedaban en brazos estirados hacia el final de carreteras interminables o dedos nerviosos sobre el papel para indicar vueltas, giros, regresos, desvíos, que después no encontraba. Una mañana entera estuvo yendo y viniendo por los mismos diez kilómetros que se concedía como margen al equívoco. Desesperado. Perdido. Entonces paró el camión para comer algo y serenarse. Bajó una vez más el mapa y aprovechó la calma de la taberna. De nuevo, allí en la barra, delante de las cervezas, un corro de hombres y sus gestos para hacerse entender. Palabras mezcladas y dichas en voz alta. Palabras apretadas con las manos para hacerlas llegar, para sacarles sentido. Un hombre mayor, tendría incluso más de ochenta años, se acercó a observar. Miró con calma. Le miró a la cara y le hizo una señal sencilla para seguirle. Todos callaron un momento pero después le animaron a ir. A la puerta de la taberna había una vieja bicicleta cuidadosamente apoyada. El hombre montó en la bici e insistió con su mano: sígame, decía.
-Aunque no pronunció una palabra, ¿sabes? aquel hombre no perdía el tiempo.
El camionero se subió a su tráiler y siguió, con las luces de avería encendidas, aquella bicicleta. El anciano pedaleaba, el camión lo seguía. Despacio.
-Media hora nos llevó llegar, pero llegamos-
Había pasado por delante de aquel camino al menos diez veces en la mañana. Pero no lo había visto. La nave estaba allí, al final de un sendero de grava en medio de la nada. El anciano solo levantó un brazo para decir adiós. Apenas una sonrisa y una mano.
Recordó entonces aquel joven que llevaba una caja de naranjas en la cabina. Se la regaló a aquel hombre para darle las gracias. La ataron al portaequipajes de la bicicleta con unas gomas. Le dijo:
-Naranjas. Na-ran-jas.
Y el viejo ciclista repitió:
-Na ran jas... - Atropellándose un poco en la erre y resbalando en la ese.
Solo una palabra.
Y se fue muy despacio bajo el cielo gris, con sus naranjas coloreando el camino.
En la penumbra del bus la voz del conductor se calla. Muchas anécdotas sí, muchas historias. Y solo el limpiaparabrisas sostiene la cadencia del viaje. Muy despacio.
Viajaba en una ocasión por el norte de Alemania, grandes llanuras hacia donde el invierno hace descender las nubes. No encontraba su destino. Era joven entonces, impaciente. Repetía una y otra vez la ruta marcada en el mapa pero la nave de electrónica en donde tenía que dejar su carga no aparecía. De alemán no sabía hablar una palabra y todas las tentativas para hacerse entender se quedaban en brazos estirados hacia el final de carreteras interminables o dedos nerviosos sobre el papel para indicar vueltas, giros, regresos, desvíos, que después no encontraba. Una mañana entera estuvo yendo y viniendo por los mismos diez kilómetros que se concedía como margen al equívoco. Desesperado. Perdido. Entonces paró el camión para comer algo y serenarse. Bajó una vez más el mapa y aprovechó la calma de la taberna. De nuevo, allí en la barra, delante de las cervezas, un corro de hombres y sus gestos para hacerse entender. Palabras mezcladas y dichas en voz alta. Palabras apretadas con las manos para hacerlas llegar, para sacarles sentido. Un hombre mayor, tendría incluso más de ochenta años, se acercó a observar. Miró con calma. Le miró a la cara y le hizo una señal sencilla para seguirle. Todos callaron un momento pero después le animaron a ir. A la puerta de la taberna había una vieja bicicleta cuidadosamente apoyada. El hombre montó en la bici e insistió con su mano: sígame, decía.
-Aunque no pronunció una palabra, ¿sabes? aquel hombre no perdía el tiempo.
El camionero se subió a su tráiler y siguió, con las luces de avería encendidas, aquella bicicleta. El anciano pedaleaba, el camión lo seguía. Despacio.
-Media hora nos llevó llegar, pero llegamos-
Había pasado por delante de aquel camino al menos diez veces en la mañana. Pero no lo había visto. La nave estaba allí, al final de un sendero de grava en medio de la nada. El anciano solo levantó un brazo para decir adiós. Apenas una sonrisa y una mano.
Recordó entonces aquel joven que llevaba una caja de naranjas en la cabina. Se la regaló a aquel hombre para darle las gracias. La ataron al portaequipajes de la bicicleta con unas gomas. Le dijo:
-Naranjas. Na-ran-jas.
Y el viejo ciclista repitió:
-Na ran jas... - Atropellándose un poco en la erre y resbalando en la ese.
Solo una palabra.
Y se fue muy despacio bajo el cielo gris, con sus naranjas coloreando el camino.
En la penumbra del bus la voz del conductor se calla. Muchas anécdotas sí, muchas historias. Y solo el limpiaparabrisas sostiene la cadencia del viaje. Muy despacio.
quinta-feira, 13 de dezembro de 2012
Consciência da palavra escrita
Às vezes acontece que durante a comida há só essa letania aborrecida que repete:
-Nicolás, senta bem.
-Nicolás, tira o cóvado da mesa.
-Nicolás, come.
Repetem-se os três versos como frases recorrentes e mágicas em tom ascendente e prolongando muito, mesmo muito, a primeira vogal do "come". Qualquer coisa assim: "Nicolás, coooooome".
Mas outras vezes acontece que a comida é simples e do gosto absoluto do Nicolás: batata frita. Então podemos conversar e deixar as rotinas. Isso é que aconteceu no domingo. Conversamos.
Falávamos dum homem já maior que mora perto de nós e que, para além de maior, é sábio. Da maneira em que ordena o pensamento nos breves diálogos de rua. Do jeito em que ele cuida da sua mulher enferma. Aqui, diante desta imagem, ficamos calados. Cada um de nós os quatro ficou calado a pensar no senhor António. Fez-se um silêncio.
Foi então que o Nicolás falou e disse:
-Agora é quando a mamai escreve: "... y se hizo un silencio en la mesa...".
Abriu dramâticamente os braços para dizer estas palavras, como se dirigir uma orquestra, e com a pontinha afiada do seu olhar podia-se mesmo espetar as batatas do prato.
-Nicolás, senta bem.
-Nicolás, tira o cóvado da mesa.
-Nicolás, come.
Repetem-se os três versos como frases recorrentes e mágicas em tom ascendente e prolongando muito, mesmo muito, a primeira vogal do "come". Qualquer coisa assim: "Nicolás, coooooome".
Mas outras vezes acontece que a comida é simples e do gosto absoluto do Nicolás: batata frita. Então podemos conversar e deixar as rotinas. Isso é que aconteceu no domingo. Conversamos.
Falávamos dum homem já maior que mora perto de nós e que, para além de maior, é sábio. Da maneira em que ordena o pensamento nos breves diálogos de rua. Do jeito em que ele cuida da sua mulher enferma. Aqui, diante desta imagem, ficamos calados. Cada um de nós os quatro ficou calado a pensar no senhor António. Fez-se um silêncio.
Foi então que o Nicolás falou e disse:
-Agora é quando a mamai escreve: "... y se hizo un silencio en la mesa...".
Abriu dramâticamente os braços para dizer estas palavras, como se dirigir uma orquestra, e com a pontinha afiada do seu olhar podia-se mesmo espetar as batatas do prato.
domingo, 9 de dezembro de 2012
Desvelado
Quando o pequeno Nicolás tinha dois anos minha mãe morreu. Comecei então a escrever um livrinho de pequenas histórias. Cada noite, enquanto NIcolás adormecia, eu ficava a escrever no seu quarto, às escuras. Era o jeito de ele não se queixar. Era o meu jeito de chorar.
A dor se passou. O Nicolás cresceu. Eu escrevo à tarde na cozinha ou à noite no meu quarto. Às vezes às escuras, outras vezes com pouca luz. Mas hoje o NIcolás andava desvelado.
-Mamai, não posso dormir.... vem ao meu quarto a escrever... Gosto tanto de adormecer enquanto tu escreves...
Lembro então aqueles dias que ele aqueceu com seu respirar tão calmo. E ele fica adormecido com o claqué hesitante dos meus dedos no teclado.
A dor se passou. O Nicolás cresceu. Eu escrevo à tarde na cozinha ou à noite no meu quarto. Às vezes às escuras, outras vezes com pouca luz. Mas hoje o NIcolás andava desvelado.
-Mamai, não posso dormir.... vem ao meu quarto a escrever... Gosto tanto de adormecer enquanto tu escreves...
Lembro então aqueles dias que ele aqueceu com seu respirar tão calmo. E ele fica adormecido com o claqué hesitante dos meus dedos no teclado.
quarta-feira, 5 de dezembro de 2012
Según donde amanezca
Me dan miedo las estaciones. Me dan miedo las estaciones cuando todavía es de noche. Cuando las personas que esperan no se miran a la cara y se ve que les han arrancado el sueño con dolor. Cuando somos solo sangre de tren que se derrama. Me asustan los niños que caminan con sus madres como si estuvieran perdidos para siempre. Como si ellas nunca los terminasen de parir.
Hay estaciones donde no amanece nunca y las pesadillas se agarran a los ojos como legañas imposibles de lavar.
Hay estaciones donde no amanece nunca y las pesadillas se agarran a los ojos como legañas imposibles de lavar.
terça-feira, 4 de dezembro de 2012
segunda-feira, 3 de dezembro de 2012
Bruja
Creo que ayer vi una bruja en el bosque. Ayer era la mañana del domingo. El bosque estuvo lleno de una luz dorada y húmeda hasta que decidí volver del paseo. La luz era dorada porque es otoño y el otoño es esta ganga de amarillo en todas las cosas. Hay árboles que se resisten. Aprietan bien sus hojas y se mantienen verdes hasta muy avanzado el invierno. Parece que se ensucian porque el color se apaga y se torna grisáceo antes de sucumbir. Pero sucumben.
Lo que importa no es el otoño. Lo que importa es que ayer vi una bruja en el bosque. Ella recogía castañas y también hojas secas. Miraba hacia el suelo con un interés que la absorbía, un poco por la colecta y un poco porque su espalda estaba encorvada por los años y la humedad de tantos riachuelos y le era imposible permanecer erguida. Estaba de espaldas y, aunque era pequeñita, tenía unas largas piernas con pantalones de pana. Vi claramente cómo buscaba en el suelo entre las hojas. Al pasar a su altura, la miré sonriendo, hace mucho tiempo que no tengo miedo de las brujas, y la saludé. Ella me devolvió el saludo y se quedó con la sonrisa. Dejó de hurgar en la tierra y se puso a caminar unos pasos detrás de mí. Su tronco, ya lo he dicho, no se enderezaba. El cabello blanco, ondulado sobre los hombros, estaba bien peinado: era domingo. Vestía un anorak con los mismos colores de los árboles y se apoyaba en una vara gruesa y retorcida sobre la que parecía impulsarse. Más que pasos, avanzaba dando pequeños saltos, brincos con las rodillas casi flexionadas.
Vino detrás de mí un buen trecho del camino. Escuchaba sus pasos en la humedad de la tierra. Cuando salimos a la carretera que lleva a la torre pareció vacilar, pero cruzó sin levantar la vista. Esperé un momento por ella porque era muy frágil en medio del asfalto. Nos adentramos al mismo tiempo en el parque de la torre. Yo por el camino de grava, ella por los senderos embarrados. Se quedó allí, cerca de los columpios, buscando de nuevo entre las hojarasca. Antes de continuar y emprender el regreso, me volví a mirarla. En su mano izquierda sostenía un ramillete de flores malvas y amarillas.
Lo que importa no es el otoño. Lo que importa es que ayer vi una bruja en el bosque. Ella recogía castañas y también hojas secas. Miraba hacia el suelo con un interés que la absorbía, un poco por la colecta y un poco porque su espalda estaba encorvada por los años y la humedad de tantos riachuelos y le era imposible permanecer erguida. Estaba de espaldas y, aunque era pequeñita, tenía unas largas piernas con pantalones de pana. Vi claramente cómo buscaba en el suelo entre las hojas. Al pasar a su altura, la miré sonriendo, hace mucho tiempo que no tengo miedo de las brujas, y la saludé. Ella me devolvió el saludo y se quedó con la sonrisa. Dejó de hurgar en la tierra y se puso a caminar unos pasos detrás de mí. Su tronco, ya lo he dicho, no se enderezaba. El cabello blanco, ondulado sobre los hombros, estaba bien peinado: era domingo. Vestía un anorak con los mismos colores de los árboles y se apoyaba en una vara gruesa y retorcida sobre la que parecía impulsarse. Más que pasos, avanzaba dando pequeños saltos, brincos con las rodillas casi flexionadas.
Vino detrás de mí un buen trecho del camino. Escuchaba sus pasos en la humedad de la tierra. Cuando salimos a la carretera que lleva a la torre pareció vacilar, pero cruzó sin levantar la vista. Esperé un momento por ella porque era muy frágil en medio del asfalto. Nos adentramos al mismo tiempo en el parque de la torre. Yo por el camino de grava, ella por los senderos embarrados. Se quedó allí, cerca de los columpios, buscando de nuevo entre las hojarasca. Antes de continuar y emprender el regreso, me volví a mirarla. En su mano izquierda sostenía un ramillete de flores malvas y amarillas.
quinta-feira, 29 de novembro de 2012
Cuervos
La casa está en silencio. Me espera en su dormitorio, sentando en una silla delante de la ventana. De espaldas a la luz. Abajo, en la hierba húmeda, unos pájaros picotean sin sonido. La mirada de mi padre, aburrido, sonríe al verme llegar.
Por decir algo y porque es invierno, comento sobre el tiempo fresco.
-Sí hija, sí, hace frío. Cuando estás solo, hasta parece que hace más frío...
Él se levanta y entonces los pájaros vuelan.
Por decir algo y porque es invierno, comento sobre el tiempo fresco.
-Sí hija, sí, hace frío. Cuando estás solo, hasta parece que hace más frío...
Él se levanta y entonces los pájaros vuelan.
terça-feira, 27 de novembro de 2012
Na Lua
O pequeno Nicolás lê:
"En 1969 dos astronautas, Neil Armstrong y Buzz Aldrin, pisaron por primera vez la Luna. Y no olvidaron dejar claro de qué país venían..."
Para a leitura e observa a ilustração do livro: Astronauta, nave e bandeira.
-Como?- pergunta.
Eu sinalo a bandeira que ficou lá na Lua desde aquela visita.
-Levaram uma bandeira?
-Levaram, sim.
-Para sempre??
E a sua voz tem um sabor de indignação que me supreende.
-Pois sim, fica lá para sempre...
-Mas por qué o ser humano tem de andar sujando todo sempre por aí. Podem conta-lo nos livros e já fica para sempre e já o sabemos todos.. mas na Lua.. para sempre...
Eu fico calada e olho para o desenho como se nunca o vira. Não posso deixar uma resposta na mão airada do NIcolás que sinala a página. Nem devolver o sossego aos seus olhinhos zangados. Nunca reparei, até hoje, nessa falta de respeito e de elegância.
"En 1969 dos astronautas, Neil Armstrong y Buzz Aldrin, pisaron por primera vez la Luna. Y no olvidaron dejar claro de qué país venían..."
Para a leitura e observa a ilustração do livro: Astronauta, nave e bandeira.
-Como?- pergunta.
Eu sinalo a bandeira que ficou lá na Lua desde aquela visita.
-Levaram uma bandeira?
-Levaram, sim.
-Para sempre??
E a sua voz tem um sabor de indignação que me supreende.
-Pois sim, fica lá para sempre...
-Mas por qué o ser humano tem de andar sujando todo sempre por aí. Podem conta-lo nos livros e já fica para sempre e já o sabemos todos.. mas na Lua.. para sempre...
Eu fico calada e olho para o desenho como se nunca o vira. Não posso deixar uma resposta na mão airada do NIcolás que sinala a página. Nem devolver o sossego aos seus olhinhos zangados. Nunca reparei, até hoje, nessa falta de respeito e de elegância.
segunda-feira, 26 de novembro de 2012
Recuerdos
Con los ojos cerrados, recostada en la almohada, chapoteo a la orilla del sueño. La mañana ya está madura, pero debo descansar y descanso. La lavadora recita de memoria su monólogo cotidiano y yo recuerdo jornadas parecidas de la infancia. A veces la enfermedad tiene algo de naufragio y tropezamos con los restos de lo que hemos perdido. La casa se movía entonces empujada por ella. Las convalecencias estaban llenas de ruidos. La olla exprés, la lavadora, la loza en el fregadero, la escoba y a veces, en el silencio absoluto, el ascensor en que volvía de la compra. Llegaba entonces cargada de bolsas y con prisa. Pero la prisa era solo una cáscara que se desprendía de su calma. Traía las mejillas frías de la calle y los tacones alegres. Hablaba rápido pero sonreía despacio. Hoy solo queda esta dulzura donde remansa el sueño. Este fósil de paz que descubro esta mañana.
quinta-feira, 22 de novembro de 2012
Paseos
Tras la lluvia, salgo por la mañana y los árboles me bautizan en una ceremonia pagana y tierna. No escucho mi nombre pero sé que acabo de nacer. Hay palomas que se asustan de que llore y yo me asusto de su esfuerzo indecible para subir por el aire. La luz es todavía crujiente como la arena y el camino es más largo si el viento no se acuerda de que voy.
quinta-feira, 8 de novembro de 2012
Inconsciência
Mais uma vez a noite a fazer as nossas palavras íntimas e pequenas, profundas e frescas, como tiradas do poço da consciência. O pequeno NIcolás tem o seu primeiro exame e desenvolve o fio da responsabilidade: o medo.
Não quer crescer.
-Tenho medo de chegar até sexto, mamai. É muito difícil...
-Mas não é tal, Nico, chega com estudar cada dia....
Interrompe porque ele já sabe, já falamos:
-Bem sei, mamai.. Antes do sexto ano virá terceiro e quarto.. e quinto, e e vou apreendendo cada vez mais coisa, e até depois vou ir ao Instituto, como a Clara, e ao Bacharelato... e depois ainda à Universidade e...
E é então que os seus olhinhos iluminam-se mesmo na penumbra do quarto, incorpora a cabecinha da almofada e feliz, inocente e feliz, acrescenta:
-E tudo para morrer mui listos!
(Que para você, minha amiga e para você, meu amigo, quer dizer experto ou mesmo sábio. E sábio é que é, meu pequeno NIco).
Não quer crescer.
-Tenho medo de chegar até sexto, mamai. É muito difícil...
-Mas não é tal, Nico, chega com estudar cada dia....
Interrompe porque ele já sabe, já falamos:
-Bem sei, mamai.. Antes do sexto ano virá terceiro e quarto.. e quinto, e e vou apreendendo cada vez mais coisa, e até depois vou ir ao Instituto, como a Clara, e ao Bacharelato... e depois ainda à Universidade e...
E é então que os seus olhinhos iluminam-se mesmo na penumbra do quarto, incorpora a cabecinha da almofada e feliz, inocente e feliz, acrescenta:
-E tudo para morrer mui listos!
(Que para você, minha amiga e para você, meu amigo, quer dizer experto ou mesmo sábio. E sábio é que é, meu pequeno NIco).
quarta-feira, 7 de novembro de 2012
Creciendo
Me pregunta para qué sirve estudiar Latín. Dice, además, anclando su discurso en lugares comunes y frecuentes, que el Latín es una lengua muerta.
Como siempre la pasión se me enreda en la lengua, inoportuna, y los argumentos flaquean velados por la vehemencia. Recuerdo entonces aquellas palabras, sencillas, y le explico.
"Llegar" tiene su origen en la palabra latina: "plicare". Cuando un navío llegaba al puerto, la tripulación doblaba las velas (plicare vela) y atracaba. Este hecho habitual acabó por reducirse simplemente a plicare, y de ahí, a poco que removamos en la magia del tiempo sobre nuestros sonidos, sobre nuestra fonética, se resuelve la palabra "llegar". (pl>ll en cast. / c intervocálica>g). Sencillamente: nuestra palabra ha venido del mar.
Se queda pensando y no dice nada. El eco me devolverá esta conversación cuando ya no la espere. Cuando haya olvidado de dónde procede la adolescencia.
segunda-feira, 5 de novembro de 2012
Silencio
Hoy he disfrutado del silencio. A veces caía la lluvia. A veces se batía el portalón de la casa contigua. El grifo del agua. El cuchillo en la tabla cortando la cebolla. Algún pájaro y el viento al abrir las ventanas. También ese sonido delicioso de las hojas, ya secas, corriendo por el camino.
El silencio hace que me mueva despacio. Que el pensamiento se pare, empozado, precisamente como en un remanso. Descarto la prisa y pierdo la avaricia de ser capaz. Hablo contigo y tu voz hace ondas en el agua.
quinta-feira, 25 de outubro de 2012
Eppur si muove...
Me mira de arriba abajo cuando salgo de casa arreglada, censurando mi gusto. Me mira también, crítica e hiriente, cuando salgo con el íntimo look de hippy trasnochada, porque me falta voluntad para vestirme. Tropiezo con su mal disimulada vergüenza si salgo en pijama a llevar la basura y saludo a los vecinos que se arromolinan a esas horas en la terraza del bar.
Dice que ya chocheo cuando me enredo con alguna palabra o levanta la vista al cielo si no recuerdo el nombre de sus amigos más habituales.
Esta mañana la sorprendí saliendo de mi cuarto apurada. Lanzó un grito de delincuente venial y, entre las risas, como restos del saqueo, aleteaba en el aire mi perfume.
terça-feira, 23 de outubro de 2012
Ruinas
Hay una cierta desgana, a veces, en el amanecer. Un despertar tan lleno de pereza como el de los niños, tan falto de coquetería y generoso en brumas y legañas, como el puede ser el mío. La luz, tan inoportuna como la del sol del otoño que delata las manchas en los azulejos de la cocina.
Eso o, tal vez, que el paisaje está en ruinas.
Eso o, tal vez, que el paisaje está en ruinas.
segunda-feira, 22 de outubro de 2012
Mudanças negativas
Entristece-se ao contar-me, na penumbra do quarto, que já o escutou dizer em Scooby Doo. Que às vezes os humanos mudam as coisas que estavam bem e estragam tudo.
Antes, no pátio da escola, havia chão de terra. Agora colocaram chão de parque, desse mole, desse que se resvalas queima.
Eu, que sou maior, penso que é uma boa mudança, que estará todo mais limpo e menos perigoso.
-Não mamai, antes havia poças e nas poças podíamos imaginar que havia barcos. Eu brincava com barcos de pauzinhos, de folhas secas... e agora.. agora não há nada.
Fica entristecido. E acrescenta:
-Estám estragando a escola.. eu queria a minha escola como era antes...
E por mais palavras que procuro não acho nenhuma que seja certa e penso, lá para dentro, que o Scooby Doo, leva razão.
Antes, no pátio da escola, havia chão de terra. Agora colocaram chão de parque, desse mole, desse que se resvalas queima.
Eu, que sou maior, penso que é uma boa mudança, que estará todo mais limpo e menos perigoso.
-Não mamai, antes havia poças e nas poças podíamos imaginar que havia barcos. Eu brincava com barcos de pauzinhos, de folhas secas... e agora.. agora não há nada.
Fica entristecido. E acrescenta:
-Estám estragando a escola.. eu queria a minha escola como era antes...
E por mais palavras que procuro não acho nenhuma que seja certa e penso, lá para dentro, que o Scooby Doo, leva razão.
quinta-feira, 18 de outubro de 2012
Bajo la lluvia
Nunca llueve tan tristemente como tras los cristales. Fuera, bajo el agua, la tristeza se diluye y solo existe el frío o aquellas risas que entonces limpiaban el espíritu. El frío hace correr y buscar cobijo. Y las risas, aquellas, chapoteaban en los charcos y salpicaban de ganas de vivir.
Nunca llueve tan tristemente como tras los cristales, cuando las horas se escurren y asistimos apenas a su agonía, envueltos en aroma de café. Pensando, inocentes, que estamos a resguardo.
Nunca llueve tan tristemente como tras los cristales, cuando las horas se escurren y asistimos apenas a su agonía, envueltos en aroma de café. Pensando, inocentes, que estamos a resguardo.
quarta-feira, 17 de outubro de 2012
Inercia filosófica
De todas las cuestiones relacionadas con la física, la que más ha conseguido intrigarme, más durante más tiempo y más veces, es la inercia. La inercia me parece una propiedad, a mí me gusta más decir que es una virtud o tal vez un vicio, fascinante. Pensar que todo tiende a permanecer en el estado en que se encuentra, que todo pretende estabilidad incluso si esa estabilidad es el movimiento, me emociona. Supongo que la verdadera causa de mi entusiasmo es su fácil aplicación a la psicología, al comportamiento. La pereza de las mañanas, esa resistencia fulminante para salir de la cama. O la rutina, ese placer reconfortante en repetir los mismos actos un día tras otro, sintiéndonos protegidos y cómodos dentro de lo que no es más que aburrimiento. Los hábitos, buenos o malos, que se adhieren a nosotros con obstinación.
Todo esto viene al caso porque hay un pensamiento que me persigue desde que tuve conciencia de esta propiedad. Me persigue porque siempre me lo pregunto en un acto tan cotidiano como abrir o cerrar una puerta. Sobre todo si la puerta es de esas que se cierran solas retrocediendo con ímpetu hacia nosotros o dejándonos airadamente fuera, si ya hemos salido.
La cuestión es: ¿Cómo hacemos más esfuerzo (no diré fuerza, que sé que tiene truco la palabra) empujando para abrir una puerta que ya se está cerrando o empujando desde su estado de reposo?
Todo esto viene al caso porque hay un pensamiento que me persigue desde que tuve conciencia de esta propiedad. Me persigue porque siempre me lo pregunto en un acto tan cotidiano como abrir o cerrar una puerta. Sobre todo si la puerta es de esas que se cierran solas retrocediendo con ímpetu hacia nosotros o dejándonos airadamente fuera, si ya hemos salido.
La cuestión es: ¿Cómo hacemos más esfuerzo (no diré fuerza, que sé que tiene truco la palabra) empujando para abrir una puerta que ya se está cerrando o empujando desde su estado de reposo?
segunda-feira, 15 de outubro de 2012
Un domingo perdido
Todo el día pensé que era el capricho de un anciano y, pese a ceder a él, por cariño y compasión, no dejé de considerarlo un domingo perdido. Fui para su casa. Aproveché, eso sí, para trajinar algunas cosas en la cocina. Fui cargada de pimientos para cortar y congelar, de judías para escoger, de algún pantalón del pequeño Nicolás para remendar rodillas... Todavía sobró tiempo para ver una película, para la merienda, un café con leche y con galletas y para darle la mano, fría, mientras hablábamos.
Esta mañana me ha llamado. Solo quería informarme de que iba a salir. Iba a la compra. Después, antes de colgar, dejó suelto un silencio que revoloteó en el auricular antes de posarse:
-Hija...
-Dime papá.
-El día de ayer... me recordó a los días de nuestra casa.
Le pedí que repitiera porque dudé de haberlo comprendido.
-Me recordó a los días en nuestra casa...
Quería decir a lo días en que mamá vivía. A los días en que él y yo hablábamos como si proyectáramos el mundo. Cuando el futuro nos cabía en las palabras. Cuando el olor de las rosquillas nos empujaba por el pasillo.
-Un beso, papá.
-Hasta luego.
Esta mañana me ha llamado. Solo quería informarme de que iba a salir. Iba a la compra. Después, antes de colgar, dejó suelto un silencio que revoloteó en el auricular antes de posarse:
-Hija...
-Dime papá.
-El día de ayer... me recordó a los días de nuestra casa.
Le pedí que repitiera porque dudé de haberlo comprendido.
-Me recordó a los días en nuestra casa...
Quería decir a lo días en que mamá vivía. A los días en que él y yo hablábamos como si proyectáramos el mundo. Cuando el futuro nos cabía en las palabras. Cuando el olor de las rosquillas nos empujaba por el pasillo.
-Un beso, papá.
-Hasta luego.
sábado, 13 de outubro de 2012
Bisutería filosófica.
Puede ser que ser feliz sea una corriente de serenidad que fluye bajo esta angustia cotidiana de estar vivos. Algo más unido a la asunción y la consciencia de lo que somos que al devenir inquieto, y tantas veces doloroso, de nuestros días. Mucho que ver con la capacidad para el amor, de y ida de vuelta, y con la propia medida de las cosas. También la de una misma. Puede ser. A mí me gusta pensarlo y también pensar que si es así, la tenemos muy cerca.
quarta-feira, 10 de outubro de 2012
Huellas
Bajábamos hacia la ciudad y desde el monte vimos salir el humo negro. No dijimos nada. Lo asumimos como algo adherido a la condición urbana. Aún así, en las corrientes más sordas de la conciencia no pude evitar recordar. Por la ventana de la cocina, en la casa de mis padres, se veía toda la ciudad. Era como una atalaya desde la que ella, mi madre, cocinaba y soñaba. Algunas veces un humo como el de hoy salía desde las proximidades de la refinería. Entonces se apresuraba a darnos la alarma. Íbamos corriendo, sobre todo de niñas, y observábamos con cierta angustia. Es lo propio en una ciudad con refinería, la angustia. Pasaba el rato. Escuchábamos la radio. El humo se disipaba y alguno de los mayores hacía algún comentario sobre la inocencia de mi madre, su imaginación y su temor injustificado. Era fácil comentar tras conocer el desenlace.
Esta tarde, al ver el humo, he recordado aquellas ocasiones. He pensado yo misma: la refinería! y yo misma me he restado importancia. Qué bobada, la refinería...
Hace apenas unos minutos he recibido el mensaje de un amigo: "Os ha afectado el incendio en la refinería? Lo he visto en el informativo!"
Esta tarde, al ver el humo, he recordado aquellas ocasiones. He pensado yo misma: la refinería! y yo misma me he restado importancia. Qué bobada, la refinería...
Hace apenas unos minutos he recibido el mensaje de un amigo: "Os ha afectado el incendio en la refinería? Lo he visto en el informativo!"
terça-feira, 9 de outubro de 2012
A veces solo llueve
Cuando el cielo se vuelve gris y espeso. Tan denso y pesado que podríamos tocarlo con la mano solo con estirarnos un poco; cuando amenaza agua, todos nos cruzamos y decimos que va a llover y seguimos las nubes con la vista.
Después, cuando ya cae agua, sentenciamos convencidos: llueve! y corremos bajo la lluvia como si lastimase.
Me gusta esta necesidad de contarnos cosas. De contarnos lo evidente. De comunicar. De tener el cielo como recurso para no alejarnos demasiado. De tender cuerdas o líneas de sonrisas o de lágrimas. De hablar. De no sentirnos solos.
Después, cuando ya cae agua, sentenciamos convencidos: llueve! y corremos bajo la lluvia como si lastimase.
Me gusta esta necesidad de contarnos cosas. De contarnos lo evidente. De comunicar. De tener el cielo como recurso para no alejarnos demasiado. De tender cuerdas o líneas de sonrisas o de lágrimas. De hablar. De no sentirnos solos.
segunda-feira, 8 de outubro de 2012
Nada que ver
Arrastra los pies por el pasillo del hospital camino de los ascensores. Le han dado el alta pero va despacio. Al pasar por el mostrador de las enfermeras, galante, se despide. Sonríe, levanta pausadamente un brazo y lo confiesa:
- Me marcho. Voy a echar de menos esto...
Y la más alegre le replica:
- Pero Manuel, si protestaba usted por todo...
Y él, resignado, como quien oye un desvarío, la corrige sin ganas:
- Eso no tiene nada que ver....Nada que ver, mujer, nada que ver...
Y continúa arrastrando los pies, pesados de miedo y de nostalgia, hacia los ascensores.
- Me marcho. Voy a echar de menos esto...
Y la más alegre le replica:
- Pero Manuel, si protestaba usted por todo...
Y él, resignado, como quien oye un desvarío, la corrige sin ganas:
- Eso no tiene nada que ver....Nada que ver, mujer, nada que ver...
Y continúa arrastrando los pies, pesados de miedo y de nostalgia, hacia los ascensores.
domingo, 7 de outubro de 2012
Enfermo
Habla confusamente con la mascarilla de oxígeno en la cara y recostado en la cama del hospital. Ahora ha pasado el peligro pero todavía escucho el pánico de su voz en la alarma de la noche reclamando el derecho a morir en casa. Sin embargo la vida ha anidado de nuevo en esos ojillos maliciosos y cuando sale la enfermera de la habitación, confusamente, con la mascarilla empañando el brillo de sus palabras, pero no de su mirada, sentencia:
-Ay Pau, las mujeres son una enfermedad.
Y me cuesta creer ese latido alimentado apenas por una cara bonita y una sonrisa. Me cuesta, pero asisto a la obstinación de su certeza. 91 años de certeza. Entonces nos reímos.
quarta-feira, 3 de outubro de 2012
Sioux en Loureda
Hoy voy a hacer trampa, es que me he reído mucho en Mibicicleta Rosa. Bueno, en su bicicleta rosa! Hoy la ruta pasa por una reserva sioux! Vamos!
terça-feira, 2 de outubro de 2012
Tarde de palomitas
Lo que pasa es que se lo comenté a ella, la prima Luz, que es, en realidad, un hada madrina. Eso fue todo. No hay más magia ni más trampa ni cartón.
La tarde se terminaba prontito porque la luz ya escasea insinuando el invierno. El invierno, ese tiempo de cocina y de charla, de cine y chocolate. Antes de despedirnos se lo dije:
-Vamos a ver una peli: La Guerra de las Galaxias, que Nico todavía no las ha visto! Nos vamos a sentar todos en el sofá y ... pena de palomitas!
Después todavía hablamos de las uvas, que no quieren madurar, de los tomates y el agua, de las dulces calabazas y de la lluvia que no ha caído. Envolvimos todo en risas y dejamos un par de besos en el aire.
Al entrar en casa ya se sentía esa temperatura hecha como de lana que se teje estos días para anidar el otoño. Colocamos el dvd, nos acomodamos en nuestros sitios y dejamos la sala a oscuras. Unos nudillos golpearon en la puerta. La prima Luz, ciertamente toda ella luz y mirada azul, sonrisa de luna creciente, traía un enorme bol cargado de palomitas recién hechas.
Lo que pasa es que se lo comenté a ella, el hada Luz.
La tarde se terminaba prontito porque la luz ya escasea insinuando el invierno. El invierno, ese tiempo de cocina y de charla, de cine y chocolate. Antes de despedirnos se lo dije:
-Vamos a ver una peli: La Guerra de las Galaxias, que Nico todavía no las ha visto! Nos vamos a sentar todos en el sofá y ... pena de palomitas!
Después todavía hablamos de las uvas, que no quieren madurar, de los tomates y el agua, de las dulces calabazas y de la lluvia que no ha caído. Envolvimos todo en risas y dejamos un par de besos en el aire.
Al entrar en casa ya se sentía esa temperatura hecha como de lana que se teje estos días para anidar el otoño. Colocamos el dvd, nos acomodamos en nuestros sitios y dejamos la sala a oscuras. Unos nudillos golpearon en la puerta. La prima Luz, ciertamente toda ella luz y mirada azul, sonrisa de luna creciente, traía un enorme bol cargado de palomitas recién hechas.
Lo que pasa es que se lo comenté a ella, el hada Luz.
segunda-feira, 1 de outubro de 2012
El eterno retorno?
Hemos leído un cuento. Ya es tarde y por eso, cansados los dos, nos dejamos unos minutos en silencio, como escuchando los pasos del sueño, con la cabeza recostada en la almohada. A él le gusta acomodarse como un cachorrillo, todavía, buscando su lugar en la media luna de mi abrazo. Cada vez es mayor. Cada vez es más grande. El silencio se hace solemne cuando él me pregunta a traición:
-Mamá, el universo se acaba en algún sitio?
Y yo solo respondo que no. Que nunca. Y pongo los pies, sin quererlo, en esa frontera cenagosa que usa adverbios de tiempo para hablar de espacios.
Y es que entonces recuerdo. Cuando yo tenía su edad, ya siete años, el Universo era el miedo. A veces, antes de llegar el sueño, un pensamiento garrapata envenenaba la oscuridad: Papá, papá!- gritaba, que venga papá!- Y venía aquel señor que hablaba poco pero conocía muchas palabras.
-Dime la verdad, papá: el Universo, no se acaba nunca? no hay un muro detrás de las estrellas? una pared, aunque esté muy lejos muy lejos muy lejos?
-No, hija. Y si la hay no se sabe. Todo se expande y existe hasta donde va llegando, hasta donde ya ha llegado.
- Y nosotros, papá, antes de nacer, dónde estábamos. Y ahora que hemos nacido, desaparecemos un día? o tenemos que existir para siempre....?
Y "para siempre" era el pavor. Mi padre me veía los ojos en la penumbra y notaba mis manos frías por el miedo.
-Nadie lo sabe, Pau. Pero lo más probable es que todo se acabe.
Poco a poco me calmaba, todavía no sé si por el tono de voz o por la serenidad de saber que existía un final.
Nicolás hace de nuevo una pausa dentro del abrazo, pero pronto se revuelve y me dice:
-Yo no me quiero morir, mamá, tengo miedo....
Y dejo que corran las palabras para sanar esa herida que se abre de nuevo.
-Mamá, el universo se acaba en algún sitio?
Y yo solo respondo que no. Que nunca. Y pongo los pies, sin quererlo, en esa frontera cenagosa que usa adverbios de tiempo para hablar de espacios.
Y es que entonces recuerdo. Cuando yo tenía su edad, ya siete años, el Universo era el miedo. A veces, antes de llegar el sueño, un pensamiento garrapata envenenaba la oscuridad: Papá, papá!- gritaba, que venga papá!- Y venía aquel señor que hablaba poco pero conocía muchas palabras.
-Dime la verdad, papá: el Universo, no se acaba nunca? no hay un muro detrás de las estrellas? una pared, aunque esté muy lejos muy lejos muy lejos?
-No, hija. Y si la hay no se sabe. Todo se expande y existe hasta donde va llegando, hasta donde ya ha llegado.
- Y nosotros, papá, antes de nacer, dónde estábamos. Y ahora que hemos nacido, desaparecemos un día? o tenemos que existir para siempre....?
Y "para siempre" era el pavor. Mi padre me veía los ojos en la penumbra y notaba mis manos frías por el miedo.
-Nadie lo sabe, Pau. Pero lo más probable es que todo se acabe.
Poco a poco me calmaba, todavía no sé si por el tono de voz o por la serenidad de saber que existía un final.
Nicolás hace de nuevo una pausa dentro del abrazo, pero pronto se revuelve y me dice:
-Yo no me quiero morir, mamá, tengo miedo....
Y dejo que corran las palabras para sanar esa herida que se abre de nuevo.
quinta-feira, 27 de setembro de 2012
Calabaza
Cocinar calabaza es como cocinar otoño. Naranja. Ocre. Dulce y cálida. La tomo de la tierra y en las manos me predice el invierno, pero lleva restos de sol y lo recuerda. Se llena la cocina de su sabor dorado, de esa luz con sabor que algunos alimentos pueden destilar. Cebolla picada, tomate y aceite, calabaza. En la boca se deshace el otoño y la casa, con los armarios revueltos, se vuelve madriguera.
quarta-feira, 26 de setembro de 2012
Maíz
En los campos de maíz siempre hay alguien. Parece que con las hojas y las espigas crezca también una criatura que se esconde, tal vez un niño, que observa nuestros pasos sin ser visto. Camino por el sendero junto a los tallos y lo escucho. No puedo evitar volverme, parar, ladear la cabeza para afinar el oído. A veces se calla. Otras veces todavía persiste el susurro y busco. No es nadie. No es nada. Es esa presencia hecha de roce y de viento, pero tan próxima y cierta que si esperase acabaría contándole que la echaré de menos.
segunda-feira, 24 de setembro de 2012
Esta noche
Parece que se cae el cielo y la noche se viene abajo. Pero son solo astillas de agua, pequeños rasguños contra el cristal y esta angustia llena de oscuridad que la luz apagará por la mañana. Lo demás, lo que no hace ruido ni sombras ni sé explicar... eso permanecerá enraizando. Mala hierba del miedo, parásito del alma, comiéndose las ganas de parir el alba.
sexta-feira, 21 de setembro de 2012
Pocas palabras
“Callaos niños, que viene papá”.
Y otra tarde la llave en la cerradura lo llenó todo de silencio, hasta la cocina.
La frase quedó rodando por el pasillo. Rebotó contra la risa de la más pequeña y la rompió. Hizo mayor de repente al que estaba a punto de serlo y después se perdió debajo de la cama toda la noche, dando una luz mortecina y triste al cuarto sucio de insomnio.
Repitió la frase durante siete años hasta que una tarde se escuchó a sí misma. Encontró su propia mirada en un espejo vacío y entonces no lo esperaron más.
Y otra tarde la llave en la cerradura lo llenó todo de silencio, hasta la cocina.
La frase quedó rodando por el pasillo. Rebotó contra la risa de la más pequeña y la rompió. Hizo mayor de repente al que estaba a punto de serlo y después se perdió debajo de la cama toda la noche, dando una luz mortecina y triste al cuarto sucio de insomnio.
Repitió la frase durante siete años hasta que una tarde se escuchó a sí misma. Encontró su propia mirada en un espejo vacío y entonces no lo esperaron más.
quinta-feira, 20 de setembro de 2012
Saber y ver.
Veo las piedrecillas todas del suelo- señala delante la puerta de casa- Veo esos pájaros del muro, veo la claraboya que está abierta encima de tu cuarto. Veo tu carita cuando me saludas desde la ventana...
- Y ves los cables? Ves los cables que te señalaba el otro día?
- Sí, Nicolás, también veo los cables- le responde emocionada la dulce prima Luz después de la intervención.
Lo importante era volver a ver las cosas como son: las piedrecillas, los pájaros, la claraboya, los cables, la carita de Nicolás. Cada cosa ocupa su lugar y no hay nada más bello ni más satisfactorio que saberlo. Saberlo de verdad, como lo saben ella y el niño.
- Y ves los cables? Ves los cables que te señalaba el otro día?
- Sí, Nicolás, también veo los cables- le responde emocionada la dulce prima Luz después de la intervención.
Lo importante era volver a ver las cosas como son: las piedrecillas, los pájaros, la claraboya, los cables, la carita de Nicolás. Cada cosa ocupa su lugar y no hay nada más bello ni más satisfactorio que saberlo. Saberlo de verdad, como lo saben ella y el niño.
terça-feira, 18 de setembro de 2012
Outra forma de somar onze.
"Carambas", a tartaruga, fai um pequeno barulho de fantasma no silêncio aplicado do quarto. Nicolás trabalha. Concentra-se nas tarefas da escola. Eu escrevo ao seu lado. Ele levanta a cabecinha e deixa sair o seu olhar pela janela. Mas eu percebo que está a pensar muito para adentro.
- Olha, mamai. Como é que se podem fazer onze euros?
- Pois...com uma nota de dez e uma moeda de um...ou com duas notas de cinco e a moeda de um...ou...
- Mas não se pode fazer com duas moedas de um euro?
-... Como, Nicolás? Isso são dois euros...
-Mas não! São um e um! Onze!
Sinto como o pensamento contorce as minhas neuronas. Sorrio.
- Não, Nicolás. Não é assim... Assim não se pode...
Fica um instante assumindo e depois sem rancor nenhum apenas comenta:
- Pois que mal...
E o silêncio espalha-se de novo com pés de tartaruga.
- Olha, mamai. Como é que se podem fazer onze euros?
- Pois...com uma nota de dez e uma moeda de um...ou com duas notas de cinco e a moeda de um...ou...
- Mas não se pode fazer com duas moedas de um euro?
-... Como, Nicolás? Isso são dois euros...
-Mas não! São um e um! Onze!
Sinto como o pensamento contorce as minhas neuronas. Sorrio.
- Não, Nicolás. Não é assim... Assim não se pode...
Fica um instante assumindo e depois sem rancor nenhum apenas comenta:
- Pois que mal...
E o silêncio espalha-se de novo com pés de tartaruga.
domingo, 16 de setembro de 2012
El pequeño Martín
Martín ha llegado con la fruta madura de septiembre. Con los melocotones y las manzanas, con esta luz que se derrama en racimos entre las hojas, con estos atardeceres que se angostan de luz y traen ya las manos frías. Martín tiene dedos de mago y cuando los mueve hace flotar en el aire nuestras mejores sonrisas, nuestra mirada más dulce. Descubre ese hueco tibio que todos llevamos en el regazo, casi olvidado, e imanta estas miradas que no saben, de pronto, atender otra luz. A veces Martín llora y aunque no pasa nada, parece por unos instantes que no habrá nunca descanso. Pero después se calma y su paz, entonces, es una paz que se expande llenándolo todo, dejando todas las voces recortadas en susurros.
sexta-feira, 14 de setembro de 2012
Bicicleta es nombre de mujer
Un nuevo blog en este universo que se expande. Un blog para pasear, para dejar correr el aire limpio de las mañanas y compartir. Bienvenida!
http://mibicicletarosa.blogspot.com.es/
Los árboles están de pie
Dice Nicolás que los árboles no se duermen nunca. Que están siempre despiertos, piensa y lo escucho, mientras pedalea y los mira con sus ojos negros. Me gustan esos ojos como charquitos en los que le chapotea el alma. Están siempre despiertos, dice, porque si se durmieran, mamá, se caerían de pronto!
sexta-feira, 20 de abril de 2012
Cuatro cafés
A veces Otilia, que es nuestra vecina, llama a la puerta. La veo a través del cristal con las manos en los bolsillos, muy seria, esperando a que le abra. La saludo y ella, sin más transicción, me dice con su voz áspera:
-¿Me dejas 10 euros?
-Claro!- le respondo mientras me apuro a buscar la cartera y la invito a pasar. Ella no pasa, casi nunca. Yo le dejo los diez euros y ella fuerza el tono para darme las gracias y después, como de memoria, insiste en que me los devolverá en unos días. Es cierto. Otilia, que es nuestra vecina, llama casi siempre cerca del día 20. El día 1, religiosamente, vuelve a llamar para traer el dinero. Cobra una pensión de las que apenas dejan sobrevivir. Está enferma y es muy mayor, pero se cuida poco porque con ella vive su hijo que está muy enfermo y no trabaja. El hombre, que ya no es joven, sale a la puerta los días de sol y escucha música de Estopa. Parece una alfombra a airear en la escalera. Para cobrar la pensión, Otillia va caminando hasta el ayuntamiento o espera el primer autobus de la mañana, según lo que hayan dado de sí los diez euros. Después pasa por la farmacia y recoge las medicinas de su hijo, porque aún no se ha muerto.
quinta-feira, 12 de abril de 2012
San Zenón (que no el de Elea)
Esta mañana recordé a Zenón de Elea. Zenón era aquel que decía que Aquiles nunca podría alcanzar a la tortuga porque siempre que él llegara al punto en que ella estaba, ella ya habría salido de allí... y lo de decía él así, de manera infinita e imposible. Cuando me lo contaban yo no podía dejar de pensar en que habría un instante, un microfragento del tiempo y del espacio, en que Aquiles llegaría. Sobre todo porque de hecho, siempre llega y además, gana.
Esta mañana había dos hombres intentando mover un coche averiado junto a la parada del bus. El coche se había parado en mal lugar e intentaban arrimarlo empujando cuesta arriba. Las madres (solo madres) mirábamos con las manos en los bolsillos el esfuerzo de todo ineficaz. Eran dos hombres fuertes y grandes. El coche se movía como Aquiles, en pasos infinitos sin resultado alguno Pensé entonces que tal vez faltaba muy poquito para romper la inercia. Que tal vez un esfuerzo pequeño, como un fragmento diminuto de camino entre el corredor y la tortuga, era precisamente el equivalente de mi fuerza. Pensé también, todo hay que contarlo, que muy mal ejemplo ofrecía a Nicolás si no mostraba un gesto de solidaridad espontáneo. Saqué las manos de los bolsillos y empujé junto a los hombres con todas mis fuerzas. El coche salió de su estado. Lo sacamos del camino.
Zenón se equivocaba. Y, además, sé que podemos mover el mundo si sacamos las manos de los bolsillos... incluso si hace frío.
Epílogo del post:
Llegué a trabajar y en el taco del calendario: San Zenón.
Esta mañana había dos hombres intentando mover un coche averiado junto a la parada del bus. El coche se había parado en mal lugar e intentaban arrimarlo empujando cuesta arriba. Las madres (solo madres) mirábamos con las manos en los bolsillos el esfuerzo de todo ineficaz. Eran dos hombres fuertes y grandes. El coche se movía como Aquiles, en pasos infinitos sin resultado alguno Pensé entonces que tal vez faltaba muy poquito para romper la inercia. Que tal vez un esfuerzo pequeño, como un fragmento diminuto de camino entre el corredor y la tortuga, era precisamente el equivalente de mi fuerza. Pensé también, todo hay que contarlo, que muy mal ejemplo ofrecía a Nicolás si no mostraba un gesto de solidaridad espontáneo. Saqué las manos de los bolsillos y empujé junto a los hombres con todas mis fuerzas. El coche salió de su estado. Lo sacamos del camino.
Zenón se equivocaba. Y, además, sé que podemos mover el mundo si sacamos las manos de los bolsillos... incluso si hace frío.
Epílogo del post:
Llegué a trabajar y en el taco del calendario: San Zenón.
quarta-feira, 11 de abril de 2012
En el tiempo
Ella lee el correo en el asombro de la mañana que apenas comienza. Bebe café y empieza de nuevo. Las palabras caen como piedras el charquito de su alma. Deja que el lodo se asiente y mientras desayuna, mastica una respuesta despojada de rabia y acolchada de cariño. Migas de pan para el camino de vuelta. Vuelve. No te vayas.
Pero después. En la frialdad de las teclas, en ese blanco vibrátil del silencio y la pantalla, decide que es inútil. Que será como hacer muecas tras un cristal. Apenas muecas. Gestos. Solo existe esa sordera de quien se niega a escuchar. La convicción de quien se cree en lo cierto. De quien cree comprender más allá de uno mismo.
Tras el vidrio es ridículo su gesto de dolor, como todos los gestos. Y las señales se confunden con la despedida.
Pero después. En la frialdad de las teclas, en ese blanco vibrátil del silencio y la pantalla, decide que es inútil. Que será como hacer muecas tras un cristal. Apenas muecas. Gestos. Solo existe esa sordera de quien se niega a escuchar. La convicción de quien se cree en lo cierto. De quien cree comprender más allá de uno mismo.
Tras el vidrio es ridículo su gesto de dolor, como todos los gestos. Y las señales se confunden con la despedida.
segunda-feira, 2 de abril de 2012
segunda-feira, 27 de fevereiro de 2012
La vida que se retrasa
Hay algo en los ancianos que nos predispone a ser como una mañana de domingo. Mañana de domingo y ventanas abiertas. Recuerdo que mi madre lo hacía con mi abuela. Cuando íbamos a verla, la peinaba, le cortaba las uñas, le depilaba el bigote con mucho cariño, la perfumaba. Tal vez era solo para tocarla y mirarla de cerca, pero a mis ojos pequeños, aquel esmero tenía algo del zafarrancho de domingo: abrir las ventanas, lavar los cabellos, pasar el paño a los muebles, sacar brillo a los azulejos, hacer rosquillas, calzarse los zapatos de charol y el vestido con vuelo en las faldas. Airear y poner orden.Renovar.
Años después me vi llevando a mi madre a la peluquería para cubrir sus canas avanzadas, masajeando sus pies con cremas olorosas, poniendo algo de color en sus mejilas descoloridas y llenas de pecas. Tal vez para tocarla o mirarla de cerca. Me ha vuelto a pasar con mi padre, ese empeño en ordenar y poner a andar la vida que se retrasa: animarlo a limpiar los oídos para escuchar mejor y poner los aparatos, masajear sus brazos con hidratantes suaves, recortar sus cejas, insistir para que ponga las gafas... Orden.
Pero es la vida que se retrasa y ellos, a pesar de nosotros, se dejan hacer y asumen. Es la vida que se va quedando, por más que hagamos zafarrancho de domingo.
Años después me vi llevando a mi madre a la peluquería para cubrir sus canas avanzadas, masajeando sus pies con cremas olorosas, poniendo algo de color en sus mejilas descoloridas y llenas de pecas. Tal vez para tocarla o mirarla de cerca. Me ha vuelto a pasar con mi padre, ese empeño en ordenar y poner a andar la vida que se retrasa: animarlo a limpiar los oídos para escuchar mejor y poner los aparatos, masajear sus brazos con hidratantes suaves, recortar sus cejas, insistir para que ponga las gafas... Orden.
Pero es la vida que se retrasa y ellos, a pesar de nosotros, se dejan hacer y asumen. Es la vida que se va quedando, por más que hagamos zafarrancho de domingo.
quinta-feira, 23 de fevereiro de 2012
Carnaval
En la televisión ponen una película que quiere atraparme y me emociona a poquitos: Adivina quién viene esta noche. Aparece entonces Catwoman probándose camisetas y zapatos de vértigo, por favor, mamá, cóseme esta mácara con orejas que no me va a dar tiempo. Llaman a la puerta, es la vecina que quiere un periódico para ver a dónde llevará a los niños esta tarde. Se lo lleva, pero le cuento que hay unas carpas con juegos para niños y merienda para todos muy cerca de allí. Sale llevándose la risa puesta y una cierta resignación. Katherine Hepburn tiene un brillo en los ojos que ya no recordaba y la tensa rigidez de Spencer Tracy me enternece. Nicolás pregunta si puede cambiar de canal y, como es que no, pide el ordenador para unos juegos. Catwoman mantiene el equilibrio casi dignamente mientras ensaya otra camiseta menos arriesgada y llaman de nuevo a la puerta. Yo no puedo salir, porque estoy cosiendo unas orejas y ella, la gata, se avergüenza todavía de dar la cara sin cubrir, incluso a sus amigas. Sale Nicolás y confirma las peores sospechas: vienen a por ella. Diles que ya casi está, pero que pasen. Nicolás cierra la puerta y la vuelve a abrir: que dice mi madre que paséis que acaba enseguida. Cierra de nuevo la puerta. El padre de Sidney Poitier también está dolido, pero ellas, las madres, no dejan de comprender esa historia de amor e incluso el pánico que los distancia a ellos. Otra vez la puerta. La vecina del periódico ha decidido salir hacia las carpas con juegos y fiesta. Pero se sienta un ratito. Tal vez sepamos cómo construir un disfraz de pirata y sí lo sé: tengo dos disponibles que voy a buscar en un minuto. Las orejas están cosidas, la gata tímida se vuelve descarada y puede salir. Adiós. Vuelve pronto. Ahora voy a por el disfraz de pirata, uno de los dos tendrá que servir. Pero llaman a la puerta y es otra vecina que se acerca con un vaso y una risa que me enternece más que la trascendencia de Tracy: a que no sabes qué vengo a pedirte... es que me gustó tanto el Pedro Ximénez de ayer.. si me dejas un chupito para la sobremesa... Y nos reímos mientras sale con la botella y el vaso. Prometo ir en breve a degustar las filloas, pero ha dejado también un plato con buñuelos que huelen a canela. El disfraz de pirata además es reversible y si se cansa, puede ser un ratito peter pan. Hasta luego, ya me dirás. Suena el teléfono y una voz muy dulce me cuenta que ha ensayado una bica con manteca de vaca y que me pase después porque hay un trozo reservado. Vuelvo al sofá y la joven ya ha hecho las maletas para marchar esta noche. Spencer Tracy hace llorar a Katherine cuando habla sensatamente con sus hijos, a mí también. Primero el amor y después... Por qué llora, mamá? porque está diciendo cosas muy bellas, Nicolás... a mí también me emociona. Llora de emoción. Pero es igual, ya puedes ver los dibujos...
Y todo se queda en silencio unos segundos.
Y todo se queda en silencio unos segundos.
quinta-feira, 9 de fevereiro de 2012
Amor de madre
Dice que no podemos saberlo. Que no podemos saberlo porque no lo hemos visto. Que es posible que mientras dormimos ellos se muevan. Es más, que es posible que cuando cerramos la puerta, ellos estén moviéndose a sus anchas y justo cuando miramos, se queden quietos. Quietos, con esa quietud paradójica de los juguetes.
Nos gusta filosofar y por eso, aún sabiendo que es inútil, le argumento: los juguetes no son seres vivos, no se mueven solos. Solo sucede en los dibujos animados, en la tele...
Pero él, con ese razonamiento fugaz y ágil, se mantiene: No podemos saberlo. Mientras la puerta está cerrada, nadie puede saber qué es lo que hacen.
Y entonces lo recuerdo: el gato cuántico. Y mi niño se convierte en un genio.
Nos gusta filosofar y por eso, aún sabiendo que es inútil, le argumento: los juguetes no son seres vivos, no se mueven solos. Solo sucede en los dibujos animados, en la tele...
Pero él, con ese razonamiento fugaz y ágil, se mantiene: No podemos saberlo. Mientras la puerta está cerrada, nadie puede saber qué es lo que hacen.
Y entonces lo recuerdo: el gato cuántico. Y mi niño se convierte en un genio.
quinta-feira, 2 de fevereiro de 2012
Capricho
Ella le trae su medicina en un vaso de agua y ese acento pausado del sur que endulza hasta el futuro.
-Quiero menos agua.
Los polvos, poco mágicos, ya se han disuelto y el hijo, menos dulce, insiste en que se beba todo el contenido.
-Quiero menos agua.- Atrincherado en una autoridad carcomida, desgastada.
-Pero papá... qué más te da... bébelo despacito.
-Quiero menos agua- retorna -aunque solo sea un milímetro menos... por aquí...
Y su dedo tembloroso guía nuestras miradas impacientes a la transparencia turbia del vaso que sostiene la mujer junto con su calma.
Callamos. Entre el silencio, ella se lleva el vaso y apenas lo vacía. Callamos. Vuelve y él, sin decir nada, bebe la medicina.
-Pero papá... que estas cosas las haga un niño de tres años... pero tú... con noventa años...
Y entonces, con ese sarcasmo que hace brillar sus ojos, tan cansados; con el regusto de la victoria y el capricho nos dice: -Siempre tenemos tres años, en realidad.. siempre tres años...
Y ella, sonriendo, se lleva el vaso.
-Quiero menos agua.
Los polvos, poco mágicos, ya se han disuelto y el hijo, menos dulce, insiste en que se beba todo el contenido.
-Quiero menos agua.- Atrincherado en una autoridad carcomida, desgastada.
-Pero papá... qué más te da... bébelo despacito.
-Quiero menos agua- retorna -aunque solo sea un milímetro menos... por aquí...
Y su dedo tembloroso guía nuestras miradas impacientes a la transparencia turbia del vaso que sostiene la mujer junto con su calma.
Callamos. Entre el silencio, ella se lleva el vaso y apenas lo vacía. Callamos. Vuelve y él, sin decir nada, bebe la medicina.
-Pero papá... que estas cosas las haga un niño de tres años... pero tú... con noventa años...
Y entonces, con ese sarcasmo que hace brillar sus ojos, tan cansados; con el regusto de la victoria y el capricho nos dice: -Siempre tenemos tres años, en realidad.. siempre tres años...
Y ella, sonriendo, se lleva el vaso.
terça-feira, 31 de janeiro de 2012
Tarde en la cocina
Llenamos la casa de un humo dulce de fritura y anís que envuelve palabras, risas y recuerdos. La memoria enmarañada en la sucesión de los días, recibe fogonazos, fósforos que brillan e iluminan olvidos. Canta Lluis Llach y Laura se emociona. La joven adolescente escucha y sonríe. Esta tarde en la cocina se guardará en el altillo, tal vez no muy a mano, como la manta que buscamos en las noches de invierno.
quarta-feira, 25 de janeiro de 2012
El cielo azul
Amanece un día luminoso de inviero. Una de esas mañanas en que echamos en falta las alas que tuvimos, en que el azul es como aquel de la infancia que rercodó el poeta antes de morir. Una mañana de invierno en que huele la transparencia de los hojas tiernas pregonando primaveras. Por un instante solo hay el cielo abierto como mirar a los ojos. Por un instante. Solo aquí.
terça-feira, 24 de janeiro de 2012
Nido y tesoro
A veces salen plumas del edredón de Nicolás, como si hubiese dormido con un ángel. Plumas blancas o negras, suaves y livianas como solo pueden serlo las plumas. Él tira suavemente con los dedos para extirparlas del tejido. Yo más bien las arranco y me lamento.
-No mamá! no la tires! guárdala con el resto del tesoro!
-Qué?
-Ahí, en el último cajón debajo de la mesa... Ahí están todas...
Abro el último cajón debajo de la mesa y allí están. Como un nido. El tesoro de plumas que amasa cada noche. Una fortuna de ángeles y sueños, el volátil cobijo de su paciencia.
-No mamá! no la tires! guárdala con el resto del tesoro!
-Qué?
-Ahí, en el último cajón debajo de la mesa... Ahí están todas...
Abro el último cajón debajo de la mesa y allí están. Como un nido. El tesoro de plumas que amasa cada noche. Una fortuna de ángeles y sueños, el volátil cobijo de su paciencia.
Bálsamo
Destilar un bálsamo con las palabras. Un ungüento capaz de aliviar el dolor. Pintar los paisajes que tendrás que caminar. Decir que es preciso llevar la piel del tiempo bajo las uñas, de tanto arañarlo. Que no será preciso caminar descalzos.
Decirte que solo desde lo alto se puede contemplar el valle y saber si el río arrastraba lodos de tristeza o venía preñado de un futuro fecundo para crecer y alimentarnos.
Un bálsamo con las palabras. Alquimia capaz de convertir en paz todo este viento.
Decirte que solo desde lo alto se puede contemplar el valle y saber si el río arrastraba lodos de tristeza o venía preñado de un futuro fecundo para crecer y alimentarnos.
Un bálsamo con las palabras. Alquimia capaz de convertir en paz todo este viento.
segunda-feira, 23 de janeiro de 2012
Charcos
La tristeza es húmeda y se encharca, como la lluvia. Por eso nuestra irreprimible niñez insiste en chapotear en ella. Chapotear sobre los charcos de tristeza hasta calarnos los huesecillos del alma. Para entonces ya es tarde y en la oscuridad nos quedamos helados. Tiritando. Salpicando.
Y mientras, mientras la vida pasa a nuestro lado. Exuberante y madura, con esa sonrisa que todo lo perdona.Un poco madre. Pero sin pausa.
Y mientras, mientras la vida pasa a nuestro lado. Exuberante y madura, con esa sonrisa que todo lo perdona.Un poco madre. Pero sin pausa.
sexta-feira, 20 de janeiro de 2012
Fotografía
Al fondo, apenas fachadas malheridas. Hierros desarmados como huesos al aire.
Diagonales agudas.
Polvo.
En el centro de la imagen, la boca abierta y los ojos apretados.
El grito.
Un desgarrón del alma que no podrá curarse. No hay lágrimas. El dolor que vence al hombre y lanza perpendiculares de horror contra el paisaje.
En el suelo el cuerpo que está muerto, manchado de sangre.
Está muerto en el abrazo del hombre que grita y lo sostiene.
Toda la imagen cae y es la derrota.
Diagonales agudas.
Polvo.
En el centro de la imagen, la boca abierta y los ojos apretados.
El grito.
Un desgarrón del alma que no podrá curarse. No hay lágrimas. El dolor que vence al hombre y lanza perpendiculares de horror contra el paisaje.
En el suelo el cuerpo que está muerto, manchado de sangre.
Está muerto en el abrazo del hombre que grita y lo sostiene.
Toda la imagen cae y es la derrota.
quinta-feira, 19 de janeiro de 2012
Esquinas y rincones
De haberla visto pasar de nuevo por aquella misma calle, la habría parado para verle los ojos de cerca. No los ojos, sino su mirada. Pero lo cierto es que nunca más transité por la misma acera y los días se distanciaron entre el frío del invierno como si unas manos heladas interrumpiesen la manera natural de sucederse. No volví a verla. Creo que no olvidaré nunca sus ojos, pero ya sé que la memoria guarda para sí ese punto de frivolidad, que tal vez sea inconsciencia, y que juega a traicionarnos y a disfrazarse detrás del tiempo como si tuviese esquinas y rincones.
Estrelas de mar
Nicolás gosta do mar. Gosta do mar bravio, do mar calmo, dos peixes, das algas, dos barcos, das velas, dos polvos e das lulas, das estrelas de mar...
Mas hoje no pequeno almoço, falou:
-Mamai, eu odeio estrelas de mar.
Fala com ressentimento. Com uma voz ressacosa e repensada.
-As estrelas de mar? odeias estrelas de mar? mas são lindas, Nicolás! Elas são estrelas!
-São estrelas. Mas elas abraçam o mexilhão com muito carinho e apertam-no e parece que o querem.
E enquanto fala abraça um vazio pequenino contra seu peito como se embalar um boneco para adormecer.
-Elas são estrelas, mamai. Mas elas abraçam o mexilhão e depois... engolem! Abraçam e depois engolem. Odeio estrelas de mar.
Não é qualquer coisa a ver com a supervivência, trata-se cá de falsidade e traição. De formas.
Mas hoje no pequeno almoço, falou:
-Mamai, eu odeio estrelas de mar.
Fala com ressentimento. Com uma voz ressacosa e repensada.
-As estrelas de mar? odeias estrelas de mar? mas são lindas, Nicolás! Elas são estrelas!
-São estrelas. Mas elas abraçam o mexilhão com muito carinho e apertam-no e parece que o querem.
E enquanto fala abraça um vazio pequenino contra seu peito como se embalar um boneco para adormecer.
-Elas são estrelas, mamai. Mas elas abraçam o mexilhão e depois... engolem! Abraçam e depois engolem. Odeio estrelas de mar.
Não é qualquer coisa a ver com a supervivência, trata-se cá de falsidade e traição. De formas.
quarta-feira, 18 de janeiro de 2012
Los otros
Abrí la puerta de la cocina la mañana de Reyes y lo vi desparacer por la ranura entre el zócalo y la cajonera. No me repugna la idea de un ratón, me repugna la idea de su impunidad nocturna y mi indefensión frente a la suciedad. A la mañana siguiente vi su cola descender por las escaleras casi delante de mí, esquivando mis pasos entre el susto y la sorpresa.
Ellos lo vieron sobre el piano y el pequeño Pablo preguntó mientras hacía una pausa en los juegos:
-¿Un ratón es una cosa negra que pasa corriendo? ¡es que lo he visto!
No esperamos más. En la cocina instalamos una batería de trampas, y bajo el sofá de la sala y al final de las escaleras, nos esmeramos en cultivar su muerte en forma de semillitas de veneno.
Todavía lo vi pasar unas veces, como un habitante de otra dimensión que se manifiesta en condiciones adecuadas de silencio. Los cebos de las trampas desaparecían con gula y sin consecuencia. Un trozo de galleta. Un trozo de jamón. Un poco de queso. Chocolate. Es una plaga, pensé. Y comencé a precintar con celofán todos los enseres de la cocina, presa de una manía casi compulsiva.
Hace dos o tres días, al abrir la puerta, vi su diminuto rabo inmóvil sobresaliendo de la trampa. ¡Cayó!, pensé primero, pero después sentí ese temor atávico que produce la muerte. Cualquier muerte. Toqué con la punta de los dedos el cuerpecito gris y aterciopelado como si pudiese haber sobrevivido. Pero no. Estaba muerto. Muerto de esa manera irresoluble que solo es propia de la muerte. Con cuidado y alerta desprendí el cuerpo del orificio en que estaba atrapado. Lo levanté con dos dedos y observé. Sobresalían sus ojillos como dos cuentecillas de collar. Negros. Me repugnó su boca entreabierta y los dientes sin proporción, pero me enterneció su pequeñez y sus maneras de trapo. Sin darme cuenta recordé aquella vieja muñeca de mis primeros años. Vieja muñeca, digo, porque nunca fue nueva en mi memoria: el cabello tieso de tanto peinado, el cuello siempre flojo sujetando a la tela una cabeza de goma que lloraba.
Esta mañana ha preguntado Nicolás:
-¿Ya habéis matado al ratón, verdad?
-Sí. Cayó en la trampa.
-Sois malos.
-No, Nicolás. No podemos vivir con ratones... Pero ¿cómo lo has sabido?
-Porque hace días que ya no lo veo.
Y es que al final, era solo uno. Uno y asustado.
Ellos lo vieron sobre el piano y el pequeño Pablo preguntó mientras hacía una pausa en los juegos:
-¿Un ratón es una cosa negra que pasa corriendo? ¡es que lo he visto!
No esperamos más. En la cocina instalamos una batería de trampas, y bajo el sofá de la sala y al final de las escaleras, nos esmeramos en cultivar su muerte en forma de semillitas de veneno.
Todavía lo vi pasar unas veces, como un habitante de otra dimensión que se manifiesta en condiciones adecuadas de silencio. Los cebos de las trampas desaparecían con gula y sin consecuencia. Un trozo de galleta. Un trozo de jamón. Un poco de queso. Chocolate. Es una plaga, pensé. Y comencé a precintar con celofán todos los enseres de la cocina, presa de una manía casi compulsiva.
Hace dos o tres días, al abrir la puerta, vi su diminuto rabo inmóvil sobresaliendo de la trampa. ¡Cayó!, pensé primero, pero después sentí ese temor atávico que produce la muerte. Cualquier muerte. Toqué con la punta de los dedos el cuerpecito gris y aterciopelado como si pudiese haber sobrevivido. Pero no. Estaba muerto. Muerto de esa manera irresoluble que solo es propia de la muerte. Con cuidado y alerta desprendí el cuerpo del orificio en que estaba atrapado. Lo levanté con dos dedos y observé. Sobresalían sus ojillos como dos cuentecillas de collar. Negros. Me repugnó su boca entreabierta y los dientes sin proporción, pero me enterneció su pequeñez y sus maneras de trapo. Sin darme cuenta recordé aquella vieja muñeca de mis primeros años. Vieja muñeca, digo, porque nunca fue nueva en mi memoria: el cabello tieso de tanto peinado, el cuello siempre flojo sujetando a la tela una cabeza de goma que lloraba.
Esta mañana ha preguntado Nicolás:
-¿Ya habéis matado al ratón, verdad?
-Sí. Cayó en la trampa.
-Sois malos.
-No, Nicolás. No podemos vivir con ratones... Pero ¿cómo lo has sabido?
-Porque hace días que ya no lo veo.
Y es que al final, era solo uno. Uno y asustado.
Prisca
Hoy vuelve a ser Sta. Prisca. Una vez al año me sorprende ese nombre en el calendario: Prisca. Recuerdo entonces, cada año, que cuando era niña, en el colegio, tuve una amiga que se llamaba así. Prisca. Tenía los ojos muy grandes y el cabello corto. Se explicaba más con la mirada que con cualquier palabra y era la hija de un militar desplazado que vivía en el cuartel y trabajaba en la farmacia.
Poco más recuerdo ya de Prisca. Pero siempre, una vez al año, me sorprendo de encontrar su nombre, un tanto saltarín y exótico, en la hoja del calendario. Esta mañana, además, he pensado que Sta. Prisca cada vez es más pronto, que cada vez regresa más rápido. Como si estuviese agazapada para sorprenderme con sus grandes ojos, alertándome de una prisa que me va cercando y de una distancia que, sin apenas percibirlo, se agranda.
Poco más recuerdo ya de Prisca. Pero siempre, una vez al año, me sorprendo de encontrar su nombre, un tanto saltarín y exótico, en la hoja del calendario. Esta mañana, además, he pensado que Sta. Prisca cada vez es más pronto, que cada vez regresa más rápido. Como si estuviese agazapada para sorprenderme con sus grandes ojos, alertándome de una prisa que me va cercando y de una distancia que, sin apenas percibirlo, se agranda.
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