quarta-feira, 29 de junho de 2011

También está la tía Victoria.

Sabíamos que llegaba la tía Victoria porque de pronto, un día, se abrían las ventanas de la casa y el aire se teñía con olor a lejía. Después, a la noche, cuando las tardes eran muy largas, se encendían las luces y olía a pescado frito, a filetes con patatas. El olor de lo cotidiano. El resto del año la casa no decía nada, permanecía en letargo. Sabíamos de Zacarías, que la habitaba, pero la casa no tenía luces, ni olores, ni ruidos. Al llegar el verano despertaba. No hablábamos con la tía Victoria como no hablábamos con Zacarías, eran vecinos que entraban y salían con un saludo correcto en la boca, nada más. Pero de alguna manera la llegada de la señora era una alegría, como lo es la llegada de las primeras golondrinas o los primeros brotes en los cerezos. Señales de verano, de dulzor en la piel y sobre todo de luz.
Supimos una mañana que Zacarías había muerto, porque no recogió el pan que dejaban en su puerta. El repartidor miró a través de la ventana y vio su cuerpo en el suelo de la cocina. La tía Victoria no volvió a lavar los baños con lejía ni a freír pescado en las noches de verano. Pero una mañana soleada de los últimos días de marzo oímos voces en la casa y la madera esforzándose en las bisagras. Las puertas estaban abiertas, las conversaciones hacían remolinos confusos en los cuartos deshabitados, como pájaros perdidos, y escapaban por las ventanas. Había llegado Luz. La prima Luz.

sábado, 25 de junho de 2011

Su tía Salomé

Aquí continúa la historia de la tía Salomé, tía de Marc, y sus peculiares elucubraciones ético-morales.

quarta-feira, 22 de junho de 2011

El genio

Está cómoda en la negación y la pereza como en el sofá de la sala y además amenaza en voz alta, con un mohín de niña y de rabieta, con no volver a pintar y dejarse morir en la desgana. Acepto. El genio que habita su cabeza acabará fermentando y haciendo saltar el cierre de desidia que lo encierra.. o el miedo. Espero fuera, mirándole la los ojos como quien adivina. Ese estado es confortable, todos dormimos alguna vez en la misma tristeza, pero ella va a brillar. Mientras, espero.

sábado, 18 de junho de 2011

La tía Olga

La tía Olga había vivido en Moscú, en París y en algún país africano que ahora, mientras caminamos, no recuerda. Era capaz de hablar hasta catorce idiomas y mientras me lo cuenta y caminamos, el viento se va llevando sus palabras. Venían solo cada dos años ella y su marido a pasar quince días en el mes de julio. La recuerda muy bien porque llegaba cargada de maletas y regalos, llevaba el pelo corto de las mujeres de la belle êpoque y, aunque ella era pequeña, siempre se paraba a escucharla como si tuviese algo importante que decir, sin sonrisas piadosas de adulto para criatura. No tenía hijos y en esos quince días de verano ambos entraban y salían de la casa sin horarios, desconcertando a la familia. La risa de la tía Olga se adelantaba llenando las calles de madrugada y se hacía susurro cuando llegaba a la puerta. Una mañana a mediodía todo se convirtió en silencio. El viento se lleva sus palabras y arremolina los recuerdos. Recuerda, sobretodo, la manera en que se quedó haciendo círculos con la cuchara en la sopa cuando su padre les dio la noticia. Venían de la playa y el coche de unos ingleses se salió en una curva, chocó contra el vehículo de la tía Olga y ella, que conducía, salió por el parabrisas despedida. El marido estuvo en el hospital durante meses y después nunca más supieron de él. Era una sopa amarilla con fideos muy gruesos. La cuchara daba vueltas temblando contra la porcelana.

quarta-feira, 15 de junho de 2011

Otra forma de ser Ofelia

Le hubiese gustado ser sacerdotisa de un templo antiguo donde su silencio y su cuerpo confortasen a los humanos atormentados por los dioses, pero nació mortal y vulnerable. Por eso, cuando el héroe llegó llorando, ella no pudo sino sujetar sus brazos. Las abejas adormecían la voluntad del aire y ellos permanecieron de pie como estatuas de mármol. Vulnerable. El héroe rompió a llorar y con su flaqueza se doblaron las piernas de aquella mujer que no era vestal ni diosa y sus muslos cedieron a la piedad y al dolor. Él, después, despareció en el bosque, recién nacido, y ella se adentró en el agua para lavar sus huellas. Primero un pie, después el otro. Los cabellos flotaban entre el agua y la luz. Después solo la luz, un cuerpo abandonado para consuelo de alimañas.

segunda-feira, 13 de junho de 2011

Escarabajo dorado

Dice, y cuando habla con los ojos estancados es porque lo recuerda, que cuando ella murió, en el suelo de la cocina no había ningún escarabajo perdiendo la vida entre las patas, panza arriba. Dice que se lo inventó porque esa sensación, la de bracear desesperadamente, era la que mejor describía esa espera silenciosa de su madre sentada junto a la ventana sin decir nada y a veces incluso, sonriendo. Sabiendo además, como ella lo sabe ahora, que se estaba muriendo. Se lo inventó, dice, y yo la creo. La creo por los ojos estancados y por que sé cómo le gusta aderezar los textos. Después el agua de su mirada volvió a correr, me miró y me dijo que ayer vio el mismo escarabajo inventado avanzando por el pasillo. Era el mismo escarabajo dorado, hermoso pero insecto. Caminaba despacio, pesado, portador de símbolos antiguos, solemne como un chamán. Se paró a mirarlo y estuvo tentada de llevarlo al jardín y rogarle que solo devorara las rosas. Pero no pudo. Pensó que era literatura, baratijas de palabras, y salió de la casa en paz, con esa convicción que fugazmente riza la superficie de sus ojos y, al ver que la he descubierto, se despide.

segunda-feira, 6 de junho de 2011

Una plaza

En esa plaza crecen los árboles y el silencio. Gritan solo las golondrinas haciendo ecos en las piedras del convento, solo paredes, y la memoria echa raíces agrietando la madurez que nos disfraza. Nos paramos allí, delante de ella, sin cruzarla.
-Esta plaza...
Dice él y en sus ojos sonríe un niño que todavía lo habita. La banda tocando brillante los domingos por la mañana. La mano de la abuela, la sombra inquieta de los árboles y aquel olor de verano y almidón.
-Esta plaza...
Yo cruzaba para el colegio con mi prisa y mis libros y en los bancos se reían los niños que se quedaban. La risa rebotaba entremezclada de pasos y palabras sucias. Todavía están allí, pequeñas e inofensivas, como papel.
También está, pero me callo, aquel adiós que dejó un beso fantasma para siempre cautivo de los labios y una historia sin contar.