terça-feira, 31 de janeiro de 2012
Tarde en la cocina
Llenamos la casa de un humo dulce de fritura y anís que envuelve palabras, risas y recuerdos. La memoria enmarañada en la sucesión de los días, recibe fogonazos, fósforos que brillan e iluminan olvidos. Canta Lluis Llach y Laura se emociona. La joven adolescente escucha y sonríe. Esta tarde en la cocina se guardará en el altillo, tal vez no muy a mano, como la manta que buscamos en las noches de invierno.
quarta-feira, 25 de janeiro de 2012
El cielo azul
Amanece un día luminoso de inviero. Una de esas mañanas en que echamos en falta las alas que tuvimos, en que el azul es como aquel de la infancia que rercodó el poeta antes de morir. Una mañana de invierno en que huele la transparencia de los hojas tiernas pregonando primaveras. Por un instante solo hay el cielo abierto como mirar a los ojos. Por un instante. Solo aquí.
terça-feira, 24 de janeiro de 2012
Nido y tesoro
A veces salen plumas del edredón de Nicolás, como si hubiese dormido con un ángel. Plumas blancas o negras, suaves y livianas como solo pueden serlo las plumas. Él tira suavemente con los dedos para extirparlas del tejido. Yo más bien las arranco y me lamento.
-No mamá! no la tires! guárdala con el resto del tesoro!
-Qué?
-Ahí, en el último cajón debajo de la mesa... Ahí están todas...
Abro el último cajón debajo de la mesa y allí están. Como un nido. El tesoro de plumas que amasa cada noche. Una fortuna de ángeles y sueños, el volátil cobijo de su paciencia.
-No mamá! no la tires! guárdala con el resto del tesoro!
-Qué?
-Ahí, en el último cajón debajo de la mesa... Ahí están todas...
Abro el último cajón debajo de la mesa y allí están. Como un nido. El tesoro de plumas que amasa cada noche. Una fortuna de ángeles y sueños, el volátil cobijo de su paciencia.
Bálsamo
Destilar un bálsamo con las palabras. Un ungüento capaz de aliviar el dolor. Pintar los paisajes que tendrás que caminar. Decir que es preciso llevar la piel del tiempo bajo las uñas, de tanto arañarlo. Que no será preciso caminar descalzos.
Decirte que solo desde lo alto se puede contemplar el valle y saber si el río arrastraba lodos de tristeza o venía preñado de un futuro fecundo para crecer y alimentarnos.
Un bálsamo con las palabras. Alquimia capaz de convertir en paz todo este viento.
Decirte que solo desde lo alto se puede contemplar el valle y saber si el río arrastraba lodos de tristeza o venía preñado de un futuro fecundo para crecer y alimentarnos.
Un bálsamo con las palabras. Alquimia capaz de convertir en paz todo este viento.
segunda-feira, 23 de janeiro de 2012
Charcos
La tristeza es húmeda y se encharca, como la lluvia. Por eso nuestra irreprimible niñez insiste en chapotear en ella. Chapotear sobre los charcos de tristeza hasta calarnos los huesecillos del alma. Para entonces ya es tarde y en la oscuridad nos quedamos helados. Tiritando. Salpicando.
Y mientras, mientras la vida pasa a nuestro lado. Exuberante y madura, con esa sonrisa que todo lo perdona.Un poco madre. Pero sin pausa.
Y mientras, mientras la vida pasa a nuestro lado. Exuberante y madura, con esa sonrisa que todo lo perdona.Un poco madre. Pero sin pausa.
sexta-feira, 20 de janeiro de 2012
Fotografía
Al fondo, apenas fachadas malheridas. Hierros desarmados como huesos al aire.
Diagonales agudas.
Polvo.
En el centro de la imagen, la boca abierta y los ojos apretados.
El grito.
Un desgarrón del alma que no podrá curarse. No hay lágrimas. El dolor que vence al hombre y lanza perpendiculares de horror contra el paisaje.
En el suelo el cuerpo que está muerto, manchado de sangre.
Está muerto en el abrazo del hombre que grita y lo sostiene.
Toda la imagen cae y es la derrota.
Diagonales agudas.
Polvo.
En el centro de la imagen, la boca abierta y los ojos apretados.
El grito.
Un desgarrón del alma que no podrá curarse. No hay lágrimas. El dolor que vence al hombre y lanza perpendiculares de horror contra el paisaje.
En el suelo el cuerpo que está muerto, manchado de sangre.
Está muerto en el abrazo del hombre que grita y lo sostiene.
Toda la imagen cae y es la derrota.
quinta-feira, 19 de janeiro de 2012
Esquinas y rincones
De haberla visto pasar de nuevo por aquella misma calle, la habría parado para verle los ojos de cerca. No los ojos, sino su mirada. Pero lo cierto es que nunca más transité por la misma acera y los días se distanciaron entre el frío del invierno como si unas manos heladas interrumpiesen la manera natural de sucederse. No volví a verla. Creo que no olvidaré nunca sus ojos, pero ya sé que la memoria guarda para sí ese punto de frivolidad, que tal vez sea inconsciencia, y que juega a traicionarnos y a disfrazarse detrás del tiempo como si tuviese esquinas y rincones.
Estrelas de mar
Nicolás gosta do mar. Gosta do mar bravio, do mar calmo, dos peixes, das algas, dos barcos, das velas, dos polvos e das lulas, das estrelas de mar...
Mas hoje no pequeno almoço, falou:
-Mamai, eu odeio estrelas de mar.
Fala com ressentimento. Com uma voz ressacosa e repensada.
-As estrelas de mar? odeias estrelas de mar? mas são lindas, Nicolás! Elas são estrelas!
-São estrelas. Mas elas abraçam o mexilhão com muito carinho e apertam-no e parece que o querem.
E enquanto fala abraça um vazio pequenino contra seu peito como se embalar um boneco para adormecer.
-Elas são estrelas, mamai. Mas elas abraçam o mexilhão e depois... engolem! Abraçam e depois engolem. Odeio estrelas de mar.
Não é qualquer coisa a ver com a supervivência, trata-se cá de falsidade e traição. De formas.
Mas hoje no pequeno almoço, falou:
-Mamai, eu odeio estrelas de mar.
Fala com ressentimento. Com uma voz ressacosa e repensada.
-As estrelas de mar? odeias estrelas de mar? mas são lindas, Nicolás! Elas são estrelas!
-São estrelas. Mas elas abraçam o mexilhão com muito carinho e apertam-no e parece que o querem.
E enquanto fala abraça um vazio pequenino contra seu peito como se embalar um boneco para adormecer.
-Elas são estrelas, mamai. Mas elas abraçam o mexilhão e depois... engolem! Abraçam e depois engolem. Odeio estrelas de mar.
Não é qualquer coisa a ver com a supervivência, trata-se cá de falsidade e traição. De formas.
quarta-feira, 18 de janeiro de 2012
Los otros
Abrí la puerta de la cocina la mañana de Reyes y lo vi desparacer por la ranura entre el zócalo y la cajonera. No me repugna la idea de un ratón, me repugna la idea de su impunidad nocturna y mi indefensión frente a la suciedad. A la mañana siguiente vi su cola descender por las escaleras casi delante de mí, esquivando mis pasos entre el susto y la sorpresa.
Ellos lo vieron sobre el piano y el pequeño Pablo preguntó mientras hacía una pausa en los juegos:
-¿Un ratón es una cosa negra que pasa corriendo? ¡es que lo he visto!
No esperamos más. En la cocina instalamos una batería de trampas, y bajo el sofá de la sala y al final de las escaleras, nos esmeramos en cultivar su muerte en forma de semillitas de veneno.
Todavía lo vi pasar unas veces, como un habitante de otra dimensión que se manifiesta en condiciones adecuadas de silencio. Los cebos de las trampas desaparecían con gula y sin consecuencia. Un trozo de galleta. Un trozo de jamón. Un poco de queso. Chocolate. Es una plaga, pensé. Y comencé a precintar con celofán todos los enseres de la cocina, presa de una manía casi compulsiva.
Hace dos o tres días, al abrir la puerta, vi su diminuto rabo inmóvil sobresaliendo de la trampa. ¡Cayó!, pensé primero, pero después sentí ese temor atávico que produce la muerte. Cualquier muerte. Toqué con la punta de los dedos el cuerpecito gris y aterciopelado como si pudiese haber sobrevivido. Pero no. Estaba muerto. Muerto de esa manera irresoluble que solo es propia de la muerte. Con cuidado y alerta desprendí el cuerpo del orificio en que estaba atrapado. Lo levanté con dos dedos y observé. Sobresalían sus ojillos como dos cuentecillas de collar. Negros. Me repugnó su boca entreabierta y los dientes sin proporción, pero me enterneció su pequeñez y sus maneras de trapo. Sin darme cuenta recordé aquella vieja muñeca de mis primeros años. Vieja muñeca, digo, porque nunca fue nueva en mi memoria: el cabello tieso de tanto peinado, el cuello siempre flojo sujetando a la tela una cabeza de goma que lloraba.
Esta mañana ha preguntado Nicolás:
-¿Ya habéis matado al ratón, verdad?
-Sí. Cayó en la trampa.
-Sois malos.
-No, Nicolás. No podemos vivir con ratones... Pero ¿cómo lo has sabido?
-Porque hace días que ya no lo veo.
Y es que al final, era solo uno. Uno y asustado.
Ellos lo vieron sobre el piano y el pequeño Pablo preguntó mientras hacía una pausa en los juegos:
-¿Un ratón es una cosa negra que pasa corriendo? ¡es que lo he visto!
No esperamos más. En la cocina instalamos una batería de trampas, y bajo el sofá de la sala y al final de las escaleras, nos esmeramos en cultivar su muerte en forma de semillitas de veneno.
Todavía lo vi pasar unas veces, como un habitante de otra dimensión que se manifiesta en condiciones adecuadas de silencio. Los cebos de las trampas desaparecían con gula y sin consecuencia. Un trozo de galleta. Un trozo de jamón. Un poco de queso. Chocolate. Es una plaga, pensé. Y comencé a precintar con celofán todos los enseres de la cocina, presa de una manía casi compulsiva.
Hace dos o tres días, al abrir la puerta, vi su diminuto rabo inmóvil sobresaliendo de la trampa. ¡Cayó!, pensé primero, pero después sentí ese temor atávico que produce la muerte. Cualquier muerte. Toqué con la punta de los dedos el cuerpecito gris y aterciopelado como si pudiese haber sobrevivido. Pero no. Estaba muerto. Muerto de esa manera irresoluble que solo es propia de la muerte. Con cuidado y alerta desprendí el cuerpo del orificio en que estaba atrapado. Lo levanté con dos dedos y observé. Sobresalían sus ojillos como dos cuentecillas de collar. Negros. Me repugnó su boca entreabierta y los dientes sin proporción, pero me enterneció su pequeñez y sus maneras de trapo. Sin darme cuenta recordé aquella vieja muñeca de mis primeros años. Vieja muñeca, digo, porque nunca fue nueva en mi memoria: el cabello tieso de tanto peinado, el cuello siempre flojo sujetando a la tela una cabeza de goma que lloraba.
Esta mañana ha preguntado Nicolás:
-¿Ya habéis matado al ratón, verdad?
-Sí. Cayó en la trampa.
-Sois malos.
-No, Nicolás. No podemos vivir con ratones... Pero ¿cómo lo has sabido?
-Porque hace días que ya no lo veo.
Y es que al final, era solo uno. Uno y asustado.
Prisca
Hoy vuelve a ser Sta. Prisca. Una vez al año me sorprende ese nombre en el calendario: Prisca. Recuerdo entonces, cada año, que cuando era niña, en el colegio, tuve una amiga que se llamaba así. Prisca. Tenía los ojos muy grandes y el cabello corto. Se explicaba más con la mirada que con cualquier palabra y era la hija de un militar desplazado que vivía en el cuartel y trabajaba en la farmacia.
Poco más recuerdo ya de Prisca. Pero siempre, una vez al año, me sorprendo de encontrar su nombre, un tanto saltarín y exótico, en la hoja del calendario. Esta mañana, además, he pensado que Sta. Prisca cada vez es más pronto, que cada vez regresa más rápido. Como si estuviese agazapada para sorprenderme con sus grandes ojos, alertándome de una prisa que me va cercando y de una distancia que, sin apenas percibirlo, se agranda.
Poco más recuerdo ya de Prisca. Pero siempre, una vez al año, me sorprendo de encontrar su nombre, un tanto saltarín y exótico, en la hoja del calendario. Esta mañana, además, he pensado que Sta. Prisca cada vez es más pronto, que cada vez regresa más rápido. Como si estuviese agazapada para sorprenderme con sus grandes ojos, alertándome de una prisa que me va cercando y de una distancia que, sin apenas percibirlo, se agranda.