segunda-feira, 17 de dezembro de 2012

Para os Reis Magos

Nicolás pede aos Reis Magos ADN de dinossauro e ADN de rã.
A ver o quê acontece...
Depois debate sobre a velhice das tartarugas e das rãs, elaborando, diante do seu prato de espagete, uma teoria coerente e solvente sobre a procedência da vida fundamentada no mar que favorece a antiguidade das tartarugas.
Os Reis ficam espantados.

domingo, 16 de dezembro de 2012

Otra vez esta voz

A veces me duermo a propósito
para dejar de ser.
Tierra que se diluye en la corriente.
Barro.
A veces me duermo
para dejar de ser.

Barro.
Recuerdo que sacudes
Del camino
Tras haber llegado.

sábado, 15 de dezembro de 2012

Una palabra

La noche era lluviosa y el interior del autobús iba en penumbra. Los viajeros se amodorraban en ovillos de sueño para hacer más corto el trayecto y el conductor espantaba el cansancio con palabras. El compañero escuchaba con breves expresiones que confirmaban su escucha y mantenían la conversación que, por momentos, parecía sucumbir a la hipnosis del limpiaparabrisas. Había viajado mucho. Contando los viajes que había hecho en camión y ahora en bus, podía haber recorrido dos veces Europa, tal vez más. Muchas anécdotas, sí, muchas historias.
Viajaba en una ocasión por el norte de Alemania, grandes llanuras hacia donde el invierno hace descender las nubes. No encontraba su destino. Era joven entonces, impaciente. Repetía una y otra vez la ruta marcada en el mapa pero la nave de electrónica en donde tenía que dejar su carga no aparecía. De alemán no sabía hablar una palabra y todas las tentativas para hacerse entender se quedaban en brazos estirados hacia el final de carreteras interminables o dedos nerviosos sobre el papel para indicar vueltas, giros, regresos, desvíos, que después no encontraba. Una mañana entera estuvo yendo y viniendo por los mismos diez kilómetros que se concedía como margen al equívoco. Desesperado. Perdido. Entonces paró el camión para comer algo y serenarse. Bajó una vez más el mapa y aprovechó la calma de la taberna. De nuevo, allí en la barra, delante de las cervezas, un corro de hombres y sus gestos para hacerse entender. Palabras mezcladas y dichas en voz alta. Palabras apretadas con las manos para hacerlas llegar, para sacarles sentido. Un hombre mayor, tendría incluso más de ochenta años, se acercó a observar. Miró con calma. Le miró a la cara y le hizo una señal sencilla para seguirle. Todos callaron un momento pero después le animaron a ir. A la puerta de la taberna había una vieja bicicleta cuidadosamente apoyada. El hombre montó en la bici e insistió con su mano: sígame, decía.
-Aunque no pronunció una palabra, ¿sabes? aquel hombre no perdía el tiempo.
El camionero se subió a su tráiler y siguió, con las luces de avería encendidas, aquella bicicleta. El anciano pedaleaba, el camión lo seguía. Despacio.
-Media hora nos llevó llegar, pero llegamos-
Había pasado por delante de aquel camino al menos diez veces en la mañana. Pero no lo había visto. La nave estaba allí, al final de un sendero de grava en medio de la nada. El anciano solo levantó un brazo para decir adiós. Apenas una sonrisa y una mano.
Recordó entonces aquel joven que llevaba una caja de naranjas en la cabina. Se la regaló a aquel hombre para darle las gracias. La ataron al portaequipajes de la bicicleta con unas gomas. Le dijo:
-Naranjas. Na-ran-jas.
Y el viejo ciclista repitió:
-Na ran jas... - Atropellándose un poco en la erre y resbalando en la ese.
Solo una palabra.
Y se fue muy despacio bajo el cielo gris, con sus naranjas coloreando el camino.
En la penumbra del bus la voz del conductor se calla. Muchas anécdotas sí, muchas historias. Y solo el limpiaparabrisas sostiene la cadencia del viaje. Muy despacio.

quinta-feira, 13 de dezembro de 2012

Consciência da palavra escrita

Às vezes acontece que durante a comida há só essa letania aborrecida que repete:
-Nicolás, senta bem.
-Nicolás, tira o cóvado da mesa.
-Nicolás, come.
Repetem-se os três versos como frases recorrentes e mágicas em tom ascendente e prolongando muito, mesmo muito, a primeira vogal do "come". Qualquer coisa assim: "Nicolás, coooooome".
Mas outras vezes acontece que a comida é simples e do gosto absoluto do Nicolás: batata frita. Então podemos conversar e deixar as rotinas. Isso é que aconteceu no domingo. Conversamos.
Falávamos dum homem já maior que mora perto de nós e que, para além de maior, é sábio. Da maneira em que ordena o pensamento nos breves diálogos de rua. Do jeito em que ele cuida da sua mulher enferma. Aqui, diante desta imagem, ficamos calados. Cada um de nós os quatro ficou calado a pensar no senhor António. Fez-se um silêncio.
Foi então que o Nicolás falou e disse:
-Agora é quando a mamai escreve: "... y se hizo un silencio en la mesa...".
Abriu dramâticamente os braços para dizer estas palavras, como se dirigir uma orquestra, e com a pontinha afiada do seu olhar podia-se mesmo espetar as batatas do prato.

domingo, 9 de dezembro de 2012

Desvelado

Quando o pequeno Nicolás tinha dois anos minha mãe morreu. Comecei então a escrever um livrinho de pequenas histórias. Cada noite, enquanto NIcolás adormecia, eu ficava a escrever no seu quarto, às escuras. Era o jeito de ele não se queixar. Era o meu jeito de chorar.
A dor se passou. O Nicolás cresceu. Eu escrevo à tarde na cozinha ou à noite no meu quarto. Às vezes às escuras, outras vezes com pouca luz. Mas hoje o NIcolás andava desvelado.
-Mamai, não posso dormir.... vem ao meu quarto a escrever... Gosto tanto de adormecer enquanto tu escreves...
Lembro então aqueles dias que ele aqueceu com seu respirar tão calmo. E ele fica adormecido com o claqué hesitante dos meus dedos no teclado.

quarta-feira, 5 de dezembro de 2012

Según donde amanezca

Me dan miedo las estaciones. Me dan miedo las estaciones cuando todavía es de noche. Cuando las personas que esperan no se miran a la cara y se ve que les han arrancado el sueño con dolor. Cuando somos solo sangre de tren que se derrama. Me asustan los niños que caminan con sus madres como si estuvieran perdidos para siempre. Como si ellas nunca los terminasen de parir.

Hay estaciones donde no amanece nunca y las pesadillas se agarran a los ojos como legañas imposibles de lavar.

segunda-feira, 3 de dezembro de 2012

Bruja

Creo que ayer vi una bruja en el bosque. Ayer era la mañana del domingo. El bosque estuvo lleno de una luz dorada y húmeda hasta que decidí volver del paseo. La luz era dorada porque es otoño y el otoño es esta ganga de amarillo en todas las cosas. Hay árboles que se resisten. Aprietan bien sus hojas y se mantienen verdes hasta muy avanzado el invierno. Parece que se ensucian porque el color se apaga y se torna grisáceo antes de sucumbir. Pero sucumben.
Lo que importa no es el otoño. Lo que importa es que ayer vi una bruja en el bosque. Ella recogía castañas y también hojas secas. Miraba hacia el suelo con un interés que la absorbía, un poco por la colecta y un poco porque su espalda estaba encorvada por los años y la humedad de tantos riachuelos y le era imposible permanecer erguida. Estaba de espaldas y, aunque era pequeñita, tenía unas largas piernas con pantalones de pana. Vi claramente cómo buscaba en el suelo entre las hojas. Al pasar a su altura, la miré sonriendo, hace mucho tiempo que no tengo miedo de las brujas, y la saludé. Ella me devolvió el saludo y se quedó con la sonrisa. Dejó de hurgar en la tierra y se puso a caminar unos pasos detrás de mí. Su tronco, ya lo he dicho, no se enderezaba. El cabello blanco, ondulado sobre los hombros, estaba bien peinado: era domingo. Vestía un anorak con los mismos colores de los árboles y se apoyaba en una vara gruesa y retorcida sobre la que parecía impulsarse. Más que pasos, avanzaba dando pequeños saltos, brincos con las rodillas casi flexionadas.
Vino detrás de mí un buen trecho del camino. Escuchaba sus pasos en la humedad de la tierra. Cuando salimos a la carretera que lleva a la torre pareció vacilar, pero cruzó sin levantar la vista. Esperé un momento por ella porque era muy frágil en medio del asfalto. Nos adentramos al mismo tiempo en el parque de la torre. Yo por el camino de grava, ella por los senderos embarrados. Se quedó allí, cerca de los columpios, buscando de nuevo entre las hojarasca. Antes de continuar y emprender el regreso, me volví a mirarla. En su mano izquierda sostenía un ramillete de flores malvas y amarillas.