quarta-feira, 24 de março de 2010

Otilia

Me esperaba sentada en los escalones de su casa. Sentada sobre la piedra como si los minutos corriesen detrás de una ventana. Como si la mañana no fuese a terminar nunca.
-Vamos, Otilia. Buenos días!
Y entonces se levantó, carraspeó con su voz de arena un buenos días y hasta garabateó en su boca sin dientes una rasgo de sonrisa. Me sorprendió otra vez que en la solapa de su viejo chaquetón gris, desgarbado y salpicado de pelos, luciese un ratoncillo dorado con los ojillos verdes. Me sorprendió porque es feo y demasiado preciso para ser creíble. Y sin embargo es cierto.
Se subió al coche con la torpeza inevitable de la edad. El aire estaba tibio, como si la primavera lo hubiera calentado entre las manos. Hablamos del tiempo porque es fácil y no duele.
Llegamos. La asistente social, con una amabilidad eficaz y hueca, le explicaba lo que tenía que firmar y ella firmaba. Firmó varios papeles con su manera de estar del otro lado del tiempo. Con su caligrafía de niña envejecida. Demorando las vueltas de la O y los palitos de la t. Caligrafiando. Escuché correr los segundos sobre la hoja y un instante adiviné a una Otilia que un día aprendió a escribir, con sus pequeños dedos torpes dibujando las letras, sin ratón dorado y sin chaquetón gris, delante de su cuaderno con esta misma expresión de voluntad y esfuerzo.
De vuelta a casa, de nuevo en el portal, los gatos la escoltaron mientras abría la puerta. Me dio las gracias y ya no se volvió.

3 comentários:

  1. Qué bien lo describes todo! Puedo ver su letra!
    Beijinhos, guapísima

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  2. ¿Donde se quedaron nuestros dedos aniñados? ¿Quién es Otilia?

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  3. Nuestros dedos de niño están aquí mismo, debajo de estos guantes de adulto. Otilia es nuestra vecina. bjs a los dos.

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