La florista vestía mi gardenia para regalo y entró ella. Era una mujer madura, pretendidamente elegante, cabello suelto, perfumada, labios y pómulos inflamados de bótox redibujando un rostro que ya no era más el que iba a ser suyo. Voluntad de ser otra antes que envejecer. Las tres nos instalamos en el silencio y seguíamos con paciencia las manos que envolvían la gardenia.
Un silencio con muescas de papel.
En un movimiento ágil para alcanzar un lazo, la florista levantó la vista y la descubrió esperando.
-Qué deseaba?
Entonces habló la mujer que estaba dejando de ser ella para ser otra anterior que no habría sido. Habló con una voz envejecida que sí era suya, la misma que habría tenido. Quería enviar unas flores a un hotel, tenía que ser temprano, eran para un chico. Pero a ese chico le gustaban las flores, aclaró.
Sin dejar de manipular la gardenia blanca, con calma, sin brillos ni miradas, la señora de la tienda puntualizó que abrían a las 10.
La mujer sin edad pareció conformarse y admitir las diez como hora temprana pero repitió que las flores eran para un chico. No dijo hombre, ni señor, dijo chico.
-Pero le gustan las flores, qué me recomiendas?
Insistió. Insistió hasta tres veces.
Pagué mi gardenia y después de dar las gracias salí de la tienda sin poder olvidarla. Sin poder olvidar sus pómulos y su labio superior paralizado en la forma artificial de un beso joven que tal vez nunca ofreció. Sin poder olvidar que sus flores eran para un chico que se iba temprano del hotel. Sin poder olvidar el miedo que nos da que nos alcance el tiempo.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
Há uma semana
Sera que ya te he dicho lo mucho que me gusta como escribes? Menuda delicia regresar de un largo dia de trabajo y encontrar el regalo de tus cuentos!
ResponderExcluirGracias, mil gracias y gracias otra vez.
: )))
Será que ya te he dicho lo mucho que me alegra que pases por aquí? Mil gracias!
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