domingo, 8 de dezembro de 2013

Interrogatorio

Los brillos de la Navidad se expanden por todas las esquinas de la casa. Su alegría en falsete se adueña de las ventanas, de las puertas, de los ojos de Nicolás que amontona el espumillón y la bolas de colores sobre el árbol. Le voy pasando adornos con el sabor agridulce que me produce esta alegría.
- Mamá, me dice sin volverse, dice papá que a ti no te gusta la Navidad.
- Claro que me gusta- respondo sin mucho entusiasmo.
Ha sido así siempre. Soy de esa escuela rancia de escépticas que se revuelven en cuanto los anuncios de colonias emergen en las revistas, en las pantallas, incapaz de sobreponerse a la sensiblería mercenaria de los escaparates y a la buena voluntad segmentada en el calendario. Me parece tan falsa como el dorado de las cintas de colores, como la nieve en espray de los cristales.
Desenredamos las luces y las dejamos camufladas entre las ramas de plástico. Enchufamos. La Navidad parpadea llena de colores. Nicolás es feliz, su risa resplandece como la estrella. Aplaude.
 Se hace un silencio entre los dos y entonces aprovecha:
- Pues papá dice que no te gusta... ¿por qué no te gusta la Navidad?, en serio, mamá...
- Que no.. que sí que me gusta, Nico...
Entonces se sienta en el taburete junto al árbol, los ojos muy abiertos y el gorro de Papá Noel ladeado en la cabeza. Me mira y dispuesto a esperar, pregunta:
- Pues dime: ¿por qué te gusta?.
Esa es la pregunta de la que no hay salida. Nos miramos y entonces le digo la verdad:
- Me gusta, Nico, porque te gusta a ti.
Duda un instante pero prefiere creerme, así que recogemos las virutas preciosas del espumillón en el suelo y hablamos de dónde pondremos el Belén.


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