terça-feira, 19 de abril de 2011

Azucena

Cuando Azucena, que tiene nombre de folletín, decidió recoger las muñecas de su cuarto y meterlas en una bolsa, estaba a punto de cumplir los trece años y su padre fumaba tabaco de pipa sentado junto a la ventana del salón mientras escuchaba, no podría ser otra cosa, el Adiós a la vida de Tosca. Azucena metió todas sus muñecas en una bolsa. En dos. Todas, los bebés que se hacían pis, las pecosas que decían mamá e incluso las barbis esbeltas vestidas de fiesta. Hacía ya seis meses del entierro de su madre, el tiempo suficiente para saber que nadie sacaría de allí a sus hermanas pequeñas si ella no se ponía seriamente en el papel. Metió sus muñecas en una bolsa negra de la basura. En dos. Y después, casi sin respirar, sintiendo una violencia impropia para su corazón de trece años y un peso impropio para sus pequeñas manos, bajó las escaleras y cargando con su infancia, cruzó la calle y la depositó con esfuerzo en el contenedor de la basura. Sintió en la nariz el cosquilleo de unas lágrimas que no dejó salir y regresó a la casa consciente de haberse transformado. Al pasar junto a la puerta donde su padre fumaba esperando un final que todavía tardaría en llegar, lo miró acariciándolo con una sonrisa que tomó prestada, sin ella saberlo, de su propia madre fallecida. Él la saludó como si ya estuviera muy lejos y no pensara volver. Veinticinco años después, no es capaz de explicarse el empeño que llevó a aquel hombre a dejarse morir, despacio, con la voluntad que se pone solo en construir la vida. Ni los médicos supieron darles una respuesta coherente. Su padre se moría. Había empezado a morirse el mismo día que enterraron a mamá y ella lo sabía. Era su voluntad.
Azucena volvió a su cuarto y se paró en la puerta al sentir el frío de la madurez. Oyó la voz de sus hermanas jugando en la habitación contigua y siguió por el pasillo hasta la cocina para preparar la cena.

3 comentários:

  1. Es curioso. No parece una historia dolorosa, aunque lo sea. No tiene el sabor de la amargo de las renuncias a destiempo. Lo cotidiano no es triste ni es alegre, es así. Como Azucena, que no pudo escoger porque tenía que guisar, como la de la canción infantil y ni siquiera pudo optar por sufrir con el Adios a la vida.

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  2. Así es. No es exactamente triste. Solo es. Además todo deja su poso y si no sufrió con el adiós a la vida, aprendió a disfrutarlo. Bjs.

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  3. Vida, amor y muerte ahí quedan, escrito sobre sus labios.........precioso. Besos.

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