sexta-feira, 22 de abril de 2011

La consulta

Entró en la consulta apoyada en el brazo de una enfermera. Tendría unos ochenta años y cojeaba ostensiblemente. Intentaba mantener una sonrisa que a duras penas disfrazaba la mueca de dolor. El médico se levantó y la acompañó hasta la camilla. El problema estaba en el tobillo. Ya lo había consultado y le habían recomendado un par de días de reposo, pero iba a peor, por eso estaba allí.
-Pues habrá que verlo, entonces- dijo serenamente el profesional de urgencias. El tobillo estaba dolorosamente inflamado y amoratado. Habría que vendarlo y dejarlo reposar más tiempo. Y todavía con aquel pie frágil entre sus dedos, el doctor miró a los ojos de la anciana que ya no sonreía. Entonces se fijó en ella. Tenía los ojos claros y los rasgos finos. Recogía el pelo blanco en un moño elegante a la altura de la nuca. Había sido bella y conservaba en la mirada esa seguridad que otorga la belleza y que tarda en empañarse mucho más que la piel. Que perdura. Pero ya no sonreía. Sus labios se fruncieron suavemente y temblaron como una hierba. Comenzó a llorar. Entonces el médico, que algo también sabía de los remedios del alma, se sentó junto a ella. Sin mirar el reloj una sola vez, le tomó las manos y se negó a iniciar un vendaje hasta saber la razón por la que lloraba, en un trueque infantil. Ella comenzó a contar y él comenzó a vendar. Salió la angustia de saber a los hijos, ya adultos, pero infelices. De saber el tiempo escaso para ayudar. De no poder morir en paz. Salieron más lágrimas y por cada dolor salió también una sonrisa y un puñado de palabras como ungüentos para el alma. Después todo seguía igual, nada había cambiado en realidad, pero el pie estaba sujeto y la angustia drenada, como un veneno.
Hubo un instante de silencio en que la mujer osciló como si fuese una niña y de pronto, abriendo mucho los brazos, abrazó al doctor y le dio un gran beso. Y arrepintiéndose ya en el aire, le dijo:
-Ay doctor, si su mujer le pregunta, dígale usted que tengo casi ochenta años!-
Y el doctor, cómplice de su osadía, le dijo que no. Que aquel era su secreto.

3 comentários:

  1. ¿Existe esa realidad? ¿O la haces hermosa tú? La vida se hace fácil tras tus gafas. Un beso.

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  2. Afortunadamente existe! Ya lo creo que existe... Y no soy yo quien la hace posible. Solo la cuento...

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  3. No existe en realidad, es la que Tú construyes para que Tú escribas cuentos y así pueda yo dormir por las noches soñando cómo podrían y ser las cosas...

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