sexta-feira, 18 de janeiro de 2013

Rescate

Lo cierto es que cuando le sonrío por las mañanas, me siento mejor. Hoy llovía. Ha llovido toda la semana. Es de nuevo esa lluvia constante y obstinada que apenas deja respirar. Resbala por la piel de la realidad con absoluta falta de pudor. Poco a poco nos va ganando, anegando, encharcando. Nos ahoga el alma y enmohece nuestros gestos dejándonos encantados en una mirada soñolienta tras el cristal de la ventana.
Me resisto porque sé que si cedo a ese hechizo no volveré de allí. Salgo a correr y escucho los pies en la tierra empapada. Las piernas frías. Sudo. Y al volver, ya subiendo hacia casa, lo veo tras el cristal, como cada mañana. Casi lo olvido porque el agua me empaña la mirada, pero está allí. Entonces, bajo la lluvia, sonrío un día más, y esta mañana siento como esa sonrisa despeja un poquito el aire. Digo adiós con un gesto muy grande de mis brazos y él, detrás de la ventana, con sus noventa años en adagio, me devuelve el saludo y la sonrisa. Una sonrisa, que de haber sucumbido a la pereza, no habría rescatado de la inundación.

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