Teníamos aproximadamente once años. Fuimos al mercado, a la plaza, a buscar el pescado, el pan y la fruta porque mi madre estaba cansada y porque teníamos que aprender. Entonces las calles eran pequeñas, tenían nombre, y la gente se saludaba al pasar. Compramos el pan, la fruta y el pescado. Junto a los puestos de pan estaban las flores. Era noviembre, había crisantemos de todos los colores. Las dos, mi hermena y yo, tuvimos la misma idea: Unas flores para mamá.
Compramos crisantemos, un precioso y enorme ramo de crisantemos blancos. A mamá le gustaban las flores.
Regresamos contentas con nuestro detalle. Sin embargo, al llegar a casa y abrirse la puerta, su mirada nos asustó. Parecía estar viendo una aparición:
-Y esas flores?
-Son para ti- le dijimos, envolviendo los crisantemos en sonrisas y ansias.
-Para mí?
-No te gustan?
No se atrevió a cogerlos.
Desde entonces sé que los crisantemos son las flores de difuntos. Y ahora que está muerta, prefiero no recordárselo con flores.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
Há uma semana
Me pasa como a tu madre, me asustaban los crisantemos. Me has recordado algunos episodios de mi infancia...
ResponderExcluirAhora que tu madre ya no está físicamente, estoy segura de que sigue contigo diciéndote cosas al oído, cuidando de ti mientras duermes e inspirándote todo ese amor que tú das a los tuyos como ella hizo contigo.
Un abrazo grande grande.
Es extraño lo de la muerte, Amalia. A veces todavía ahoga la sensación. Otras se calma... Beijinhos e abraços grandes grandes grandes.
ResponderExcluirHaces bien en no recordárselo, Pau.
ResponderExcluirEsta mañana he pasado con la bici junto a las cercanías del Cementerio de la Almudena. He visto montones de crisantemos y he vuelto acongojado a casa, pensando en que me iba a caer. Casi. Al llegar, no atropellé a una chica rubia que salía bebida de una fiesta y que cruzó la calle de improvisto por muy poco.
Las bicis no emiten ruido, claro.
Beijinhos, Pau. Magistral relato.