Ella les llamaba primaveras. Ahora sé que se llaman prímulas.
Son esas flores bajitas y dulcemente amarillas que aparecen con las primeras renuncias del invierno. Primaveras. Ella les llamaba primaveras y siempre les sonreía. Las veía junto a cualquier camino y se alegraba. Se alegraba porque susurraban días de sol. Entonces, y entonces es muy lejos, muy entonces, ella se agachaba y recogía alguna, aún sabiendo que sus pétalos tibios y casi transparentes se desharían en mis dedos torpes. Recogía alguna y me decía: Mira, primaveras, mira qué lindas son! Y yo las olía sujetando sus manos como si se fueran a escapar. El olor era dulce y pequeño como la noche y yo aguantaba la respiración cerrando los ojos para no perderlo.
Ella les llamaba primaveras. Ahora sé que se llaman prímulas. Siempre que las encuentro, los primeros días de marzo junto a cualquier camino, me agacho y las respiro, pero ahora ya sé que se llaman prímulas y que, además, no tienen olor.
Psd.:
El nombre de las primaveras.
Mucho mejor como les llamaba ella. Prímula es nombre de tia abuela pellizca-mofletes.
ResponderExcluirSiempre les llamé primaveras también, a sabiendas de que se llaman prímulas, pero uno puede escoger eso al menos, ¿verdad?
ResponderExcluir"tía abuela pellizca mofletes", nom reparara em esta evidência. Doña Prímula. Promete esse nome...
ResponderExcluirClara Amalia! podemos escoger el nombre y hasta el olor! Y sobre todo podemos escoger las evocaciones, que es lo que más importa.