sexta-feira, 1 de janeiro de 2010

Vecinos: Otilia

Otilia tiene la voz llena de arenas, rasposa y turbia, como de bruja. Cuando sale de casa hacia la tienda, la rodean tres gatas silenciosas como un séquito. Anda siempre encogida por el frío, casi nunca sonríe, y si lo hace, es con un gesto fugaz que se desvanece. Una vez sonrió de verdad, de madrugada, se sentía enferma y pidió ayuda. La llevamos al hospital y le dejé mi abrigo. Ella sonrió satisfecha dentro de aquella ropa a pesar del dolor. No me perdí sus ojos, así que después le dije que se quedara con él si le gustaba, pero nunca más ha vuelto a ponerlo. Se diría que no se siente a sí misma envuelta en la helada y en el aire que baja por la calle vacía.
Otilia tiene la voz llena de arenas y turbia. Es de sufrir. Su marido escupía con una tos sucia desde la ventana del dormitorio. Escupía casi todo el día asomando apenas la cabeza y torturaba nuestras mañanas de domingo. Una vez ella llamó a la puerta y rascándonos con su voz, sin matices, nos pidió ayuda. El hombre se había caído de la cama y ella sola no podía levantarlo. No sabíamos nada. En el suelo de la habitación yacía el hombre medio desnudo y sucio, con la mirada de un animal acosado por la muerte. Un cáncer en la lengua acababa con su vida, los excrementos se secaban en la cama y los orines encharcaban el suelo. Otilia estuvo quieta. Se quedó en la puerta sin vergüenza ni pudor, dejándose ayudar. Lo levantamos, limpiamos. Y nunca más nos quejamos de la tos sucia los domingos. Después supimos que el médico racaneaba la morfina. X. construyó un soporte para la cama y Otilia nos sonríe fugazmente, sin voluntad, cuando pasamos por delante de su casa. El marido de Otilia murió hace unos años. No se vistió de negro y no la vimos llorar. Tal vez porque ha descubierto que si es preciso sufrir, es mejor hacerlo sin matices, sin sombras, asumiendo el dolor y la necesidad como llegan, sin alardes. Vivir en línea recta, por la distancia más corta.
Ahora su hijo ha vuelto de la cárcel, tiene la misma voz de su madre y a veces grita. Barre la casa los domingos y sacude con malas maneras a los gatos de la ventana. Pero Otilia, sigue llamando a la puerta cuando necesita ayuda. La pide con esa voz turbia, como de bruja. Con pocas palabras y con ese descaro llano de quien sabe que, antes o después, escampará un rato.

4 comentários:

  1. Con esta entrada de ano noto que tes que poñerte a escribir contos. Tes os dedos moi ben afinados, Paula.
    Beijos

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  2. Obrigadíssima por passares por aqui! nao sei se tenho os dedos afinados, mas tenho um nervo... uma vontade, um nao sei que... beijinhos

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  3. Sempre paso por aquí, ainda que son preguizosa ás veces para comentar. Bueno, era. Este ano vou sacudirme a preguiza de moitas cousas. A ver se me sae...
    Aperta.

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  4. Qué bien escribes! Venga con esos cuentos! To tengo un montón de buenos propósitos. Uno es dormir más, poner orden, así que buenas noches.
    Beijinhos

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