Esta mañana recordé a Zenón de Elea. Zenón era aquel que decía que Aquiles nunca podría alcanzar a la tortuga porque siempre que él llegara al punto en que ella estaba, ella ya habría salido de allí... y lo de decía él así, de manera infinita e imposible. Cuando me lo contaban yo no podía dejar de pensar en que habría un instante, un microfragento del tiempo y del espacio, en que Aquiles llegaría. Sobre todo porque de hecho, siempre llega y además, gana.
Esta mañana había dos hombres intentando mover un coche averiado junto a la parada del bus. El coche se había parado en mal lugar e intentaban arrimarlo empujando cuesta arriba. Las madres (solo madres) mirábamos con las manos en los bolsillos el esfuerzo de todo ineficaz. Eran dos hombres fuertes y grandes. El coche se movía como Aquiles, en pasos infinitos sin resultado alguno Pensé entonces que tal vez faltaba muy poquito para romper la inercia. Que tal vez un esfuerzo pequeño, como un fragmento diminuto de camino entre el corredor y la tortuga, era precisamente el equivalente de mi fuerza. Pensé también, todo hay que contarlo, que muy mal ejemplo ofrecía a Nicolás si no mostraba un gesto de solidaridad espontáneo. Saqué las manos de los bolsillos y empujé junto a los hombres con todas mis fuerzas. El coche salió de su estado. Lo sacamos del camino.
Zenón se equivocaba. Y, además, sé que podemos mover el mundo si sacamos las manos de los bolsillos... incluso si hace frío.
Epílogo del post:
Llegué a trabajar y en el taco del calendario: San Zenón.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
Há uma semana
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