Había llegado la prima Luz. Oímos voces que salían de la casa por las ventanas y las puertas abiertas. Voces aturdidas rebotando en las paredes como pájaros asustados. Silencios breves. Después sonidos tristes de muebles que se arrastran, la inercia de la vida quejumbrosa que se despereza.
A lo largo de aquella mañana aprendimos a distinguir una voz dulce que no sabía gritar pero revoloteaba por encima de las otras. Era la prima Luz. Una mujer de grandes caderas y caminar pausado con gruesas gafas de miope que parecía saber el lugar natural de cada cosa en el mundo.
Durante unos días nos acostumbramos a su voz y a los pequeños golpeteos y crujidos que emitía la casa y una tarde el perfume de la canela y el crepitar del aceite en la cocina pareció indicar que la vida había reanudado su andadura. Fue precisamente aquella tarde cuando el pequeño Nicolás se aventuró en una conversación de ventana a ventana y minutos después salía por la puerta regresando con una fuente generosa y dulce de torrijas calientes.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
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