Se quedó un instante mirando el perfil de su hija ante el televisor. Pensó que tenía sueño pero no lo dijo en voz alta porque la idea de hablar le producía una lejana sensación de aburrimiento. Se levantó torpemente y con un gesto y media sonrisa le indicó a ella que se dejase estar.
-Voy a recostarme un rato- dijo por fin con la voz acurrucada en la garganta.
-Me parece bien, papá.
Y se fue con pasos cortos hacia su cuarto. Abrió la ventana para que el aire dulzón de junio entrase entre las cortinas echadas. Todavía cantaban los pájaros.
Descalzó las zapatillas con el gesto tembloroso y lento al que había terminado por reconocer como suyo. Escuchó el aire y otra vez los pájaros. Reparó en la luz que recortaba un camino brillante sobre el suelo.
Se acostó sobre la cama y entonces vio en la puerta a su hija que lo miraba como como quien recolecta recuerdos. Dejó que ella lo cubriese con una manta ligera y entonces sonrió. El beso que le dejó en la frente hizo ondas suaves en la sonrisa.
-Despiértame para merendar...
-De acuerdo, papá.
Y la vida, ellos lo sabían, eran solo estos gestos litúrgicos con un vago sentido.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
Há uma semana
qué lindo...qué ben saben eses gestos litúrgicos tamén... que deliciosamente escrebes miña nena.
ResponderExcluirmuitos beijinhos e muitas gracias sempre.
A ti, preciosa. O que é lindo, lindo é estares aí sorrindo e esperando. Beijo beijo.
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