De no haber tenido los ojos verdes, se lo habría dicho. Si no me hubiese mirado con aquel color tan lejano, habría acabado por decírselo. Pero no se lo dije. No pude. Me observaba mientras yo trabajaba sin querer tropezarme con ella. Deseando que no me hiciera preguntas, que dejara de salpicarme con su mirada inquieta y tenaz. Seguí cortando los filetes y metiéndolos en bandejas. Me volvía para precintar los paquetes con celofán y seguía sintiendo la presencia de sus ojos, que eran tan verdes.
-Nunca te cortas?
Preguntó sin dejar de seguir mis manos.
Habría tenido que decírselo, pero no se lo dije. Tampoco le respondí.
Corté cuatro filetes más y los envolví también con rapidez de furtivo.
Cuando me atreví a encararme a su mirada, ella sonreía. Sonreía incluso antes de que yo pudiera extender mi mano. No le dije nada. Cogió los filetes y se fue corriendo, como si hubiese sabido que aquello podía no estar sucediendo. Se fue corriendo sin limpiarse los mocos y dejando una estela plateada de pez entre la gente.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
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