Fue saludando a las flores cada una por su nombre. Saludando, digo, como si en lugar de estar ellas plantadas en el camino fuesen vecinas que encuentras en el paseo. Ervadona, decía, y su sonrisa era dulce llena de malva y azul. Acarició el romero para hacerse con su olor y con prudencia tocó apenas la ruda, en un gesto de hada imperceptible. Las vi mientras hablaban nombrando las hierbas, como piedras preciosas incrustadas en el hilo desigual de una conversación que se afilaba. Rondaban un silencio hecho de palabras sin decir. Dejaron que la tarde y la lluvia cayeran con desgana, sin encoger los ojos ni la mirada, sin correr ni quejarse. Hacia los montes llueve más, dijo la que no volaba, y como hacían un círculo, cambiaron de sentido. Después creo que lloró, porque escuché un quejido, pero salió del pozo con jirones de luz y alguien habló de una luz verde que cayó sobre el valle antes de amanecer. Fue como si la soledad se marchitara y en el charco de veneno no se ahogara nadie.
Grazie tante, carissima fata illuminata
ResponderExcluirFata non sono io...
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