Mientras habla junta las migas del mantel con los dedos. Pequeñas montañitas. Mantiene así la vista ocupada y la distancia parece menor. Menor el silencio de la escucha.
Antes no sabía -sin perder el hilo de sus pensamientos aparentemente dispersos- pero desde que ella murió he comenzado a hacerlo. Cocino aquellos sabores para no perderlos, para que permanezcan. El arroz con leche, la tarta de manzana, las croquetas de jamón, la crema de calabaza. Cuando el sabor cuaja me siento en paz. Cocino también para que me quieran, y para decir que los quiero. Me gusta el olor a vida que desprende la comida, la alegría de la pregunta desde un cuarto: “qué hay de cena?” con esa feliz y minúscula sospecha.
Entonces con la yema del dedo índice aplana el montecillo de migas de pan. Levanta la vista y puedo ver una pena ardiendo en el fondo de la mirada, el brillo de la desolación que deja un incendio: y también es mi cueva.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
Há uma semana
yo hago lo mismo... ya me da menos miedo
ResponderExcluirPues tb me consuela a mí! gracias. Somos siempre lo mismo. beijinhos.
ResponderExcluirTarta de zanahoria, por favor...
ResponderExcluirPrometido! esa está bajo control!! ;)
ResponderExcluirNunca tomo tarta de manzana, sólo la tuya. Yo me pido esa maravilla...
ResponderExcluirBeijinhos