El trayecto era corto y cotidiano. Esos recorridos de cada día en que la atención se relaja porque en ellos nada cambia. Conducía sin prisa, con la certeza de llevar el tiempo justo pero suficiente. Poco tráfico. De vez en cuando erguía el cuerpo en el asiento para hacer comprobaciones rutinarias de su rostro en el retrovisor: la pintura de los ojos, mala cara, pálida, el vello del labio a punto de ser visible otra vez.. Todo fugaz, todo imperceptible y atado a la costumbre. Sin embargo, allí, precisamente sobre ese labio superior, descubrió una nueva sombra. Otra más. Volvió a mirarse y, soltando la mano derecha del volante, acarició el surco con el dedo índice. Otra más. Otra arruga más. Vio cómo se arqueaban sus cejas en el espejo y comenzó a pensar. Sin darse cuenta se puso a hacer muecas para adivinar el gesto, la expresión dicen, que había cavado la huella en diagonal desde la boca. Rió, se enfadó, lloró pero no encontró el pliegue en que cabía.
Llegó al trabajo y no recordó más el espejo ni el fruncimiento. Siempre que aparecían era para quedarse y era inútil pensar más. Sin embargo, al regresar a casa aquella tarde y abrazar a los suyos, tuvo una certeza que la reconcilió con su rostro y con su edad. Eran los besos.
José Luís Peixoto na Feira do Livro de Miami, 2024
Há uma semana
Tienes que redefinir ñoño, querida. Es precioso. A mi, el día que me salgan arrugas (jajajajajaja...) espero que sean de esas (hago ejercicios para relajar el entrecejo cuando me acuerdo, que es casi nunca).
ResponderExcluirBjs
Relajar el entrecejo?? pero no es así? cielos!
ResponderExcluirñoño: remilgado.. cursi... en fin..ñoño.